Para que la población estuviese
controlada, todos los que salían de la Villa o de la provincia a cualquier
lugar de España tenían que tener un salvoconducto (célula o carné de la Milicia
Nacional) expedido por la autoridad militar o por el alcalde y tramitado por el
gobernador en Madrid, que había que renovar cada seis meses. Las instancias
tenían que ir acompañadas por unas pólizas de 1 a 10 pesetas además de dos
firmas de avalistas
Los viajes legales al extranjero
estaban muy restringidos y en los periódicos aparecían los nombres de las
personas a las que se les había autorizado. Los trámites eran tantos y tan
difíciles de cumplir que muy pocos tenían el privilegio de salir legalmente
hasta 1952. Algunas personas decidieron fugarse clandestinamente por diversos
motivos: escapar de la represión política, conseguir un futuro económico mejor,
etc. Recojo tres testimonios:
El primer testimonio lo
encontramos en setiembre de 1938, todavía en plena guerra en el Estado, aparecido
en esta requisitoria del Boletín Oficial de la Provincia.
El siguiente, en el que nos centraremos hoy para continuar
mañana con otro, es el de los hermanos Lucio y José María Ortiz de Urbina
Azpeitia (Abaro 7) que hacia 1945 decidieron fugarse a América.
El único que estaba enterado de este proyecto era su hermano
mayor Iñaki, que prefirió quedarse para ayudar a su madre.
Hablaron con el mugalari de
Santurtzi “Josetón”, que les informó por dónde podían pasar la frontera y a
quién recurrir en Iparralde para pedir ayuda. Una vez conseguido el dinero
necesario, los dos hermanos fueron en tren hasta la frontera, pasaron a pié la
muga por el monte y durmieron en un nido de ametralladoras abandonado. A la
mañana se despertaron con una pistola en la sien. Los miembros de la
resistencia francesa, que estaban persiguiendo a los soldados alemanes
rezagados después de liberada Francia, les confundieron con éstos. Los Ortiz
tuvieron que demostrar que no eran alemanes y que hablaban castellano y algo de
inglés porque en 1937 habían evacuado con los grupos infantiles a Gran Bretaña.
En Hendaya una familia les acogió
y se pusieron a trabajar de estibadores en el puerto. Allí se encontraron con
otro portugalujo, Daniel Mandalúniz, domiciliado en El Progreso, que también se
había fugado.
Los tres consiguieron colarse
como polizones en un barco y llegar a América. Con el tiempo se separaron:
Daniel trabajó de pastor en Idaho y volvió después de unos años; José María
llego a ser jefe de bomberos en Caracas y, a la vuelta, montó un negocio de
exportación en Madrid; y Lucio creó un negocio de venta y arreglo de palos de
golf en San Francisco, California. Este solía volver a Portu por la Virgen de
la Guía. En uno de sus últimos viajes se empeñó en ir a Hendaya para buscar a
la chica de la familia que les había acogido 60 años antes. En agradecimiento
le dio un fajo de dólares que ella no aceptó, hasta que Lucio lo colocó encima
de una lámpara que colgaba del techo y salió corriendo. Esta deuda saldada fue
una de las ilusiones de su vida, según cuentan sus sobrinos Iñaki y Jontxu
Ortiz de Urbina Longarte.
Mañana seguimos con el caso de Gregorio Solano.
Tasio Munarriz
El mugalari de Santurtzi no se llamaba Rosetón sino Josetón. Corrección de los sobrinos de los Ortiz de Urbina.
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