Pues sí, la estación de las
flores, del color, la juventud y la renovación, de la siembra y la esperanza ya
está cómodamente instalada entre nosotros.
Todos la recibimos con
entusiasmo, porque trae aparejada cierta aura de resurrección, de vida nueva.
De hecho su etimología hace referencia al “primer verdor”, viene del latín
(vulgar) prima, primera y de ver, veris primavera, que es un latinajo
procedente de una raíz indoeuropea *ver-, relacionada con el crecimiento, de la
que vienen palabras como verano, verde o vergel.
Las horas de sol van aumentando
por la rotación de la tierra y a su vez la humedad se hace presente con las
tradicionales lluvias de abril. Con esos factores estimulantes, las plantas comienzan
a desarrollarse con profusión y se adornan con el ropaje floral, un ropaje que
ni Salomón en toda su gloria podía imitar.
Ese esplendor, ese estallido de
belleza, está presente por todo nuestro entorno y se manifiesta con fuerza en
nuestra querida Basílica que estos días se viste ataviada con el colorido de
numerosas inflorescencias. Todo el precioso edificio del siglo XVI luce
engalanado por las tonalidades que le presta una modesta y exuberante
florecilla.
Consultando en Internet, creo
haberla identificado como Vitadonia, Margarita cimarrona o Hierba de burro,
nombres vulgares de la Erigeron Karvinskianus una planta de la familia de las
Asteráceas.
Naturalmente no todo son
ventajas. La vida es así, las cosas siempre suelen tener un aspecto negativo.
La vieja lucha entre el bien y el mal, que se manifiesta a todos los niveles:
la luz y la oscuridad, la vida y la muerte o la rosa y sus espinas.
En su afán de crecimiento, la
asterácea va ocupando los espacios que encuentra más fáciles, olvidando su
fundamento ornamental para asentarse donde se encuentra más cómoda, invadiendo
sin consideración alguna, por ejemplo, las bajantes liberadoras del agua que la
lluvia deposita generosamente en las cubiertas.
Este comportamiento, egoísta por
su parte, es compartido por otras especies menos ornamentales que se van
asentando de manera irrespetuosa en las provectas piedras de nuestra amada
Basílica tardogótica cuyas obras de edificación comenzaron allá por los años 1488/1492.
Se pueden ver algunas en los tejados, también en los arbotantes, incluso hay
una descarada zarzamora instalada en lo alto de los muros, cual serviola en la
punta de la cofa, oteando la mar brava del norte.
También ha comenzado la floración
de otra de las plantas habituales en las paredes del templo. Se trata de la
boca de dragón, dragonaria o conejitos, nombres comunes con que se conoce a la
Antirrhinum majus, que florece habitualmente de principios de verano hasta el
otoño, pero que instalada entre las olas de ese mar de tejas ha decidido
igualmente sumarse al embellecimiento de la parroquial portugaluja sin respetar
su época.
Primavera, en fin, que nos rodea
y que de la manera más sencilla embellece nuestro entorno sin necesidad de que
nosotros tengamos que hacer mucho por nuestra parte, ignorándonos, atenta
únicamente a los dictados de la madre naturaleza, una naturaleza eso sí,
implacable y ciega, contra la que debemos estar siempre alerta para impedir sus
desmanes.
Podemos decir que Dios, perdona siempre,
el hombre… algunas veces, pero la naturaleza, amigos,… jamás perdona.
Javier López Isla
mayo 2016
Agradeceros el formidable trabajo realizado.
ResponderEliminarAgradeceros el formidable trabajo realizado.
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