Otro prodigio
de la civilización moderna, es un enorme trasatlántico de veinte mil toneladas,
con dos chimeneas, telegrafía sin hilos y todas las comodidades que en él han
sido instaladas en sus departamentos para los burgueses que pasan la vida viajando.
Va muy despacio, remolcado por dos pequeños vapores, uno a proa, a popa otro,
que regulan las desviaciones, las guiñadas del coloso por el tranquilo curso de
la ría. En la cubierta los pasajeros, con sus pañuelos, hacen saludos de
despedida. Por fin la nave desaparece de la vista. Los chinchorros, las
traineras, las canoas automovilísticas y otra multitud de pequeñas
embarcaciones de todas clases pueblan la anchurosa ría como una plaga de mosquitos.
Ilustramos la
entrada con la entrada de un trasatlántico, posiblemente el Habana, a su paso
bajo el puente y ya en la dársena.
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