Mediodía de un jueves cualquiera
en otoño. Es el habitual paseo matutino; que hoy incluye el recorrido por el
mercado. Como si fuera en Portugalete, pero, no.
En el de aquí, no hay aldeanas,
ni regateo sobre el precio a pagar por los productos que da la tierra, los
frutales o el ganado. Y es que yo vivo a 560 Km., un lugar donde nadie dice
"egunon" por la mañana, ni lleva txapela, ni pide un crianza en la
taberna. Sin ser racista, son distintos, no piensan ni obran igual.
Y todo eso ha encendido la
bombilla, al oír el repique al Angelus en los campanarios de la ciudad durante
ese deambular.
Así, me han venido a la memoria -un
bien todavía no extinto-, los toques de las campanas de la Parroquia, de Santa
Clara, de Las Siervas, de Los Agustinos,... y los redobles que produce el
golpeo de los badajos en las copas, a los que los portugalujos, con los años,
le habíamos añadido significados en forma de palabras, de tal modo que el toque
de una se convertía en una frase de una conversación que otra campana
proseguía, y otra,... Y así todas ellas.
Pasando a las palabras groseras,
puedo detallar una de las conversaciones entre campanas:
1. ¡¡ Quiero cagar, quiero cagar, quiero
cagar !!
2. ¡¡ Donde ?, dónde ? !!
3. ¡¡ En aquel rincón, en aquel rincón, en
aquel rincón !!
4. ....................
Ahora, dejo al albur del lector,
que recuerde, y adivine, cuál es la campana que suena en cada frase.
Ese vínculo dialogado se
volatilizó tras la demolición de la antigua iglesia de los Agustinos y,
posteriormente, del convento de las clarisas.
Aún así, me sorprende el
recuerdo, sobre todo, porque en la comunidad en la que vivo, ante la ausencia
de campaneros, los campanarios ya habían dejado de cumplir su labor social
informativa y de aviso, retirando también las campanas. Unos años después,
enmudecen por la presión de la ciudadanía que, al parecer, se agobia con el
sonido de las grabaciones reguladas por un ordenador, conectado vía satélite
para mantener la hora correctamente, que habían sustituido a las copas de
bronce originales.
Y, mientras, algunos aficionados
a proteger las tradiciones, intentan mantener vivo un oficio que estaba muy
enraizado, pero que, al paso de los años, ha cruzado la barrera de la crónica
para formar parte de la cultura local.
Recibid un gran, gran abrazo de Martintxu.
No hay comentarios:
Publicar un comentario