viernes, 30 de marzo de 2018

EL RELATO DEL FIN DE SEMANA: LOS MAESTROS




 Algunos de los lectores de mi blog dicen que escribo bien. Ya me lo habían referido cuando, años atrás, dejaba las notas de producción en el libro de instrucciones para los operarios de la planta química donde trabajé hasta 2004.

Bien, no me gustaría nada, pero nada, pensar que eso sea cierto por causa de la labor de dos de mis maestros, el de 2º en Zubeldia y el de 4º en el de R. Medina.

He usado a palabra "maestro" para dejar aclarado que hablo de tiempos de escuela nacional. A ellos les hice novillos, pira, si. Ambos daban miedo. Aparte de ellos dos, hubo otros maestros de escuela de los que considero que llevo guardada su huella.

De uno de ellos, su rastro, me ha marcado para siempre. Fue Don Emilio, Don Emilio Brull Valero, con todas sus letras. Cuando él llegó, a la misma clase que el curso anterior, nos mantuvimos en el mismo asiento, cosa que, entre otras, él respetó. Fue un profe de los que fumaban en clase, explicaba pausado y tenía muy buena letra. El primer día nos ganó a todos. Tras el rechazo inicial que pudiera presentar, era un hombre de más de sesenta años de voz muy grave y con aspecto iracundo, siempre con traje y corbata,… él nos ganó haciendo la clase atractiva.

“Queríamos ir” a clase, desde el primer día. No hice pira ni un día de clase. Fueron dos cursos, con mis nueve y diez años, uno cuarenta de alto, inolvidables.

A poco de llegar, rotular artísticamente el cuaderno ya no era lo que más tiempo nos tomaba, estábamos haciendo tareas que permitían aprender con las manos: tres listones sobre tablero para indicar las posiciones horizontal, vertical e inclinada, una maqueta de la escuela en cartulina, un mapa tridimensional en moldeado en yeso con nuestras manos en equipo,… Y, para rematar, la oportunidad alcanzada de obtener una beca PIO que nos facilitara el paso al bachillerato. Lo que hicimos en colegio privado.

Antes de seguir, diré que de los cinco maestros que habían impartido clases a las que asistí, sólo puedo salvo a dos. Ya he citado a Don Emilio. El otro es Don Vicente, de Zubeldia, que residía justo enfrente de la escuela. De él aprendí, además, a escribir con pluma. No sé si es buen promedio dentro de la institución de los maestros de escuela. Pero es lo que viví y recuerdo. Y no tengo la sensación de que esto que lo que refiero sobre escribir, o no, bien, se lo deba a los otros tres, no.

De otros maestros, casi no recuerdo los apellidos.

Tras el cambio de centro, clase de 1ºA, Don J.L. (Rodriguez, creo) un profe seglar de Lenguaje que sacude en la mano con “Dª. Remedios”, a quien falla en las respuestas. Mal empezábamos. Y peor: en una sustitución al profe de gimnasia, en un día de lluvia que invitaba a suspender la clase, no la suspendió, sino que la trasladó al frontón. Ante la meteorología, algunos niños no llevaron ropa de deporte. Solución, haréis gimnasia en calzoncillos. Respuesta de la dirección del colegio, no renovación del contrato. Respuesta de los niños al saberlo, alivio.

El tutor, era entonces el hermano Dámaso, duro pero abierto, sensacional. En 2º y en 3º, el tutor fue el hermano Marino, de quien guardo muy buen recuerdo. En tercero, el hermano Jesús Barriuso, que además, era organista junto con el hermano Jacinto nos impartía dibujo. Él creó los grupos de actividades extraescolares, entre ellos, los scouts.

Para 4º, va el hermano Jose Carlos, gran aficionado a castigar las faltas e incorrecciones con audiciones musicales vespertinas. Él nos explicaba Historia Universal y, con la ayuda del hermano Ildefonso, nos ilustramos en la asignatura de Historia del Arte. Fue duro por lo que hubimos de memorizar, pero, años después, viendo el retablo de Sint Baaff, de los hermanos Van Eyck, en Gante (BE), el recuerdo me hizo humedecer los ojos.

¿Os imagináis una tarde de sábado entera en el cole escuchando a Wagner mientras hacíais los deberes y estudiabais? Pues eso, ocurría. El hermano José Carlos, era el disc jockey.

Tras la Reválida Elemental, en quinto, bajo la tutoría del hermano Cirilo, supimos, por boca del hermano Rodolfo, que “las Matemáticas se aprenden por intuición. Como eso no está al alcance de todos, cada viernes tendremos una hora semanal -los jueves- de repaso con el Hermano Marcos. La asistencia no es obligatoria, pero aviso: se aprende mucho con él”. Nadie faltó a esa clase nunca. Y, de verdad, era una clase de refuerzo en la que el protagonista era cada uno de nosotros y nuestros tropiezos. El que tenía alguna duda, la planteaba de pie ante el resto de la clase y con una tiza por herramienta.  Ese tiempo, dedicado principalmente a repasar problemas, fue de un valor incalculable. Ahí aprendimos que, lo mejor es salir al tablero a resolver un problema del que ignoramos cómo afrontarlo, ser el “conejillo de indias”. Suponía asumir el fracaso por anticipado, si, pero fue la mejor forma de aprender para siempre esa parte de la asignatura que se nos trababa. Nadie se reía de nadie. Nadie era humillado. Alguno de los protagonistas de esa clase, aprendimos a expresarnos en público sin miedo, lo que nos ayudaría a pasar el curso de Filosofía: el examen final era oral.

En sexto, es el hermano Antonino quien se encarga de la clase y aprendimos a entender y amar la Química. Ese año, el Hermano Próspero, nos dio nuestra última capa de francés, él mismo era suletino, y pasé el año leyendo a Rabelais, Flaubert, Victor Hugo, Zola,… y aprendiendo la misa en francés. 

Lo había decidido y entonces salí del cole hacia la F.P. en Química Industrial. Allí, mis profes, Santi Ruiz y Pedro Vaquero, fueron un ejemplo de sapiencia y de profesionalidad. Fui el nº 1 de mi promoción y ese camino encarriló mi trayectoria laboral posterior. Pero no quedó aquí mi recorrido académico.

Empecé a trabajar en INDUQUIMICA y a simultanear los estudios y el trabajo matriculándome en el IES Antonio Trueba, para hacer COU nocturno. De aquí, anécdota fue que el profe de física traía al insti una cabra, no perro, que era su mascota. Igualmente anecdótico fue que en la clase de Lengua se hablara más de anatomía oral y de física de las vibraciones, que de metáforas, pleonasmos ó hipérboles.

Y otro detalle que pareció excesivo para un aula llena de personas que acabábamos de salir de trabajar, fue que la profe de francés nos dijera el primer día que, en su clase, la última palabra en castellano la acababa de pronunciar ella. Y no nos amilanamos. Algunos.

Luego de pasar la selectividad, la facultad de Ciencias de la UPV ya era otro mundo. En general: muchísimos cambios. Mi primera hora de clase allí, fue de Física General, la “guadaña”, la que dejaba más gente tirada sin aprobado. El salto de nivel era tremendo tras el COU normal. El primer enseñante, el profesor Gutiérrez Peña, alias Magoo, no me gustó mucho; ese no era su ambiente, era un profe más para otro centro,… de bachilleres.

De los profes que allí conocí, todos doctores o doctorandos, no destaco ninguno por encima de los demás, si que hubo quienes no llegaban a la altura académica de sus compañeros: los profesores J. Navarro, J. Llompart, J. Cuevas, P. Román,… creo que ya no ejercen. Ahora somos iguales.

Al año siguiente, octubre de 1975, del primer día, sólo recuerdo a Pepe Peraza, en la clase de Electricidad y Óptica, dando clase de Cálculo Diferencial porque los contenidos que habíamos recibido en primero no permitían seguir sus clases desde el primer día. Los planes de estudios ya crujían entonces.

No recuerdo nada especial de la primera clase de tercero de la carrera. Bueno sí, que habíamos sido diezmados. De siete clases que éramos en primero, ya sólo llenábamos dos aulas. Días después, pude apreciar que ya éramos muy competitivos: nadie pasaba apuntes.

Luego, ya en Tarragona, llegarían otros cursos en los que, por edad, yo encajaba mejor en la tarima que en el pupitre. Ya trabajaba y, por eso, recibía un trato deferente y ocurrió que, tiempo después, fui invitado a  facilitar el seminario sobre “Organización de Mantenimiento en Plantas Químicas” a las/los alumnas y alumnos del último curso de Ingeniería Química.

De la E.T.S.I.Q. de Tarragona recuerdo, sobre todo, una locución del decano Don Fr. Giralt, Dr. I. Q. al inicio de su primera clase: “Podéis usar cualquier idioma oficial, e incluso alemán, inglés, francés, italiano,... hasta griego. Bien, permitiré una falta de ortografía, dando por supuesto que ha sido un despiste. La segunda falta de ortografía dará lugar al cese en la corrección. Estáis a meses de obtener un título superior. Quien no sea capaz de redactar bien un proyecto, no lo recibirá”.

Si, otro mundo más. 

Martín Uriarte Landa

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