Antes de recoger en la
próxima entrada el trabajo de investigación de Aurelio Gutiérrez Martín en su blog LA VIDA PASA, sobre el proyecto del matadero municipal de 1891 ya
desaparecido, recogemos hoy sus recuerdos de infancia, que lo son también de
muchos portugalujos:
Mientras elaboro este
artículo, en mi mente fotograma a fotograma, tanto del interior, como de los
alrededores del matadero de Abacholo o de la Atalaya, que es como nosotros le
conocíamos, voy viendo parte de mi Vida.
Me veo acudir al
matadero bajando por la cuesta y comprando algún chuche en la casa de Conce,
pararme en la chabola del zapatero remendón que tantas horas me acogió en su
interior, y antes de entrar en el matadero, jugar un rato en la vagoneta que
estaba abandonada junto a la casa de la familia Tellaeche. Esta, años atrás
había cumplido la misión de trasladar las rocas de la cantera al muelle de
Portugalete.
Me impresionaba, como
los matarifes Toñín, Gabino, Pedro, Basilio, y algún otro, los cuales me perdonen
no acordarme de su nombre, de qué manera daban la puntilla y despiezaban las
reses a base de hachazos certeros. Recuerdo vagamente como parte de esta carne
de res antes de ser distribuido en las carnicerías, se cargaba en un carro
tirado por un caballo de nombre Isleño que era conducido por Txutxi Benito”
Txaquetas”, como bien me recuerda mi entrañable amigo Eduardo Estancona, y como
aquello que no se aprovechaba, terminaba en la Ría para engordar a los
carramarros, próximas víctimas de nuestros quisquilleros. Hoy en día, aún
identifico el gruñido del cerdo antes de ser sacrificado, y el olor tan
característico de su piel quemada, proceso que de principio a fin seguíamos con
expectación.
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