Un año mas, el próximo jueves día 6, los miembros de la Cofradía de Mareantes, celebran su fiesta
de San Nicolás. En diversas ocasiones hemos dedicado entradas en este blog como
se puede ver algunas de ellas pinchando aquí sobre su nombre. Es sin duda la
asociación portugaluja sobre la que mas se ha escrito, como lo demuestran los
libros de César Saavedra, del actual portavoz del Gobierno Vasco Josu Erkoreka y
diversos trabajos como los de Roberto Hernández Gallejones en la Biblioteca Digital Portugaluja.
Hoy nos queremos hacer eco de dos
aspectos que se dan en los últimos años:
La celebración de la misa por sus
difuntos al otro lado de la Ría, en la iglesia de Las Mercedes en donde según
documentos antiguos se denominaba como “las Arenillas de Portugalete”, y el
baile del Kaxarranka, al igual que la cofradía de Lekeitio lo baila por su
patrón San Pedro.
Javier
García-Borreguero Ondiz,
nos los explica empezando hoy por el primero, su tradición religiosa:
El
gremialismo mareante de los vascos, aparece en la historia entre los siglos
XIII y XIV, aunque en fechas anteriores ya se conocen manifestaciones de este
tipo.
Nuestra
Villa, a través de nuestros antepasados, ha conseguido conservar diversas costumbres
y tradiciones religiosas que la Cofradía de Mareantes y Navegantes ha
perpetuado al transmitirlas hasta nuestros días y de las que los actuales
cofrades nos sentimos orgullosos.
Una
parte de estas tradiciones era el que las familias asistían a las misas y ritos
por los cofrades fallecidos. El acto fundacional de la Cofradía de Mareantes y Navegantes de San Nicolás y San Telmo de
Portugalete, está registrado el día 6 de Diciembre de 1651, es decir en el
día de San Nicolás de Bari, y con un acto religioso celebrado en la Iglesia de Santa María.
Las
ordenanzas primitivas fueron aprobadas el 4 de Junio de 1652 por D. Martín de
Uzquiano como Provisor del arzobispo de Burgos, y ratificadas en visita al
templo de Santa María del Visitador General de Arzobispo D. Luis Díaz de León,
el 16 de enero de 1670. Aquellas ordenanzas que rigieron en sus dos primeros
siglos, recogían que los Mayordomos de la Cofradía fueran siempre un “Prior
Abad o Rector Eclesiástico”, costumbre solamente modificada a principios del
siglo XIX, al autorizarse ya la titularidad de sus Mayordomos sobre personas
laicas.
Si
bien el elemento inicial piadoso mantuvo siempre una presencia notable, hay que
destacar la extraordinaria vertiente profesional que rápidamente fue
desarrollando la Cofradía en la costa vizcaína, señalando que nunca se descuidó
la misa en sufragio de sus cofrades difuntos. Y así lo demuestra la cuestión
suscitada por el Comisionado del Sr. Obispo diocesano, tal como quedó
constatado en el acta del año 1807, recogiendo si se deberían o no, presentar
para la visita del representante del Sr Obispo, los libros en los que se
pudiesen comprobar si están cumplimentadas o no las misas de los difuntos
cofrades.
También
destacaremos como detalle recogido en el acta de 1834, el ideario liberal del
entonces Gobernador Civil de Vizcaya disponiendo en carta remitida, que se
transformase en una “sociedad de socorros mutuos”, extremo que fue rechazado por
la correspondiente Asamblea de la Cofradía. Ello supuso que terminada la
primera guerra carlista, fuera necesario adaptarse y modificarse a otros nuevos
estatutos, pero sin dejar nunca el espíritu del contenido religioso y
fundacional, que había nacido aquél 6 de Diciembre de 1651.
Por
otra parte, el constante riesgo a que exponían sus vidas los mareantes, como
consecuencia del continuo enfrentamiento al medio hostil e imprevisible que es
la mar, debió de servir de estímulo para conservar el espíritu religioso del
cofrade, perfectamente recogido en las ordenanzas primitivas, que ya en su
Capítulo 13 expresaba cómo se celebrarían los domingos y festivos del año por
el cabildo de Santa María, destacando la misa rezada de alba para que los
mareantes que saliesen a la mar, llevase oída siempre la misa del precepto
dominical.
Mención
muy especial merecen los oficios solemnes que disponía la Cofradía con motivo
del fallecimiento de un cofrade. Si el fallecimiento se producía por naufragio,
la Cofradía asumiría la responsabilidad de buscar los cuerpos ahogados en la
costa o jurisdicción de la Villa, para traerlos a ella y darles cristiana
sepultura en los lugares reservados en la Iglesia de Santa María por la Cofradía.
Incluso se obligaba bajo multa a los cofrades, a asistir a los entierros,
misas, y funerales oficiados por estos motivos.
La
Cofradía también regulaba los detalles que habían de reunir los cortejos
fúnebres, al objeto de honrar debidamente a todos los cofrades difuntos. Así
como lo referente al oficio religioso post mortem, que era una misa cantada de
réquiem, con diácono y subdiácono, y acompañado de un responso a pie de la
sepultura. Todo ello se completaba con una misa cantada, acompañada de vigilia
y de sus correspondientes responsos a oficiar en el domingo de infraoctava del
difunto.
Existe
y ha existido siempre una gran tradición de unión y colaboración, entre la
Cofradía y la Iglesia Parroquial, que con la llegada del actual Párroco ha sido
imposible de continuar, a pesar de las reiteradas peticiones realizadas.
Es
este el motivo por lo que tras la Asamblea General en el Salón de Plenos del
Ayuntamiento a las 11:15, la tradicional misa por los cofrades fallecidos se
celebra en Las Arenas para evitar roces con la jerarquía religiosa de la Villa.
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