Ya que hemos recogido las noticias que Roberto Hernandez Gallejones nos ha facilitado sobre los serenos y
los guardas de la playa, vamos a completar la historia del cuerpo de policías
municipales durante el siglo XIX.
A principios del siglo Portugalete contaba tan sólo con un
alguacil o policía municipal, cuya labor era muy breve, en ocasiones duraba un
año o incluso menos y un reducido sueldo. En su designación primaba el saber
tocar el tambor y el “silbo” (el txistu) por lo que se trataba de la “plaza de ministro alguacil y tamborilero”.
A lo largo del siglo al aumentar la población de
Portugalete, configurándose como ciudad–dormitorio y reputada estación de baños
de mar, con un entorno de industrias siderometalúrgicas y mineras concentrándose
sus obreros en los barrios periféricos, va a acrecentarse el número y tiempo de
servicio de los agentes que pasaran a denominarse policías o guardias
municipales.
Así en diciembre de 1.866, la “fuerza pública de la Villa” la componían un alguacil municipal, un
policía urbano y un “resguardo de
consumos y ventas estancadas” (una especie de celador de arbitrios), todos
ellos con derecho a llevar armas, además de un peón caminero, un
guardia–almacén, el ayudante de telégrafos, y su auxiliar.
Veinte años después en diciembre de 1886 aparece un jefe de
municipales, Don Niceto Pardo Pozo, con tres alguaciles, y un
alguacil–barrendero, así como el cuerpo de veladores nocturnos o serenos, que
poseía 7 integrantes al mando de un cabo.
Los alguaciles poseían revólveres para poder usarlos en
ocasiones específicas y sus edades oscilaban entre los 43 y 54 años, en los
jefes, y los 28 y 36, entre los componentes de la policía.
Con respecto a los uniformes que vestían los guardias
municipales, un documento de Archivo Histórico de 1.885, nos lo refiere: Los
trajes de los cuatro empleados se componían de pantalón, chaleco, americana y
gorra. En la solapa de la chaqueta o americana se colocaban las iniciales
“G.M.” (Guardia Municipal). El paño de los trajes era de color azul, con forro
de tartán de lana oscuro. Entre 1.890 y 1.893, debieron de añadir a su
indumentaria un capote y un impermeable.
Hasta la década de los 70 por lo menos, las autoridades
valoraron en cierta medida el hecho de hablar euskera. Esto se debía, a que
desde la segunda mitad del Setecientos, y primera parte del siglo XIX, habían
arribado a la Villa muchos euskaldunes de Vizcaya y Guipuzcoa. Así Francisco de
Aguirre, al solicitar la plaza el 15 de Noviembre de 1.869, dice que desea el
puesto de ministro alguacil, “teniendo
además la ventaja de ser natural del País Vascongado, en donde según su código
fundamental, tienen la preferencia los hijos del mismo a obtener tales
destinos,…”. Para ello alega incluso la ventaja, “de poseer el idioma del país, “euskera”, que es indispensable en esta
localidad, para desempeñar con el debido acierto tal destino”.
En cuanto al origen de los guardias municipales la mayoría
venían de las provincias de Castilla–León, y algo menos de Castilla–La Mancha. Algunos
eran del País Vasco, Bilbao, Portugalete y sus aledaños, aunque no era la
norma.
Los solicitantes procedían casi siempre del ejército de
tierra, de la marina de guerra, de las secciones de carabineros de mar o de
tierra, de la guardia civil, de los miñones, etc. Algunos habían sido
alguaciles o serenos en otras localidades. El resto se repartía entre guardias
de seguridad del ferrocarril de Galdames, zapateros y jornaleros. Entre los que
habían servido varios años en la milicia se localizaban veteranos de la Guerra
de Africa o Cuba.
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