La existencia de boteros
del pasaje de la Ría, se remonta a finales del siglo XV,
un servicio que se sacaba a remate y que fue objeto de números pleitos. Del
trabajo de Roberto Hernández Gallejones,
El pleito a causa de la barca de pasaje
de la ría en el siglo XVIII y otros extremos a cuenta de los boteros, nos centramos
en un botero llamado José Ignacio de Egusquiza.
En 1847 decía que era residente en Las Arenas y que
era el rematante del bote de pasaje de las anteiglesias
de Getxo, Berango y Lejona por la cantidad
de 800 reales y se quejaba de que algunos vecinos de Portugalete se dedicaban a pasar gente en botes pequeños, opinando que se trataba de una competencia totalmente desleal.
Los portugalujos realizaban dicho cometido de forma no
continuada, y sin contribuir económicamente, es
decir, sin someterse a ningún tipo de remate.
Egusquiza aseguraba que eran embarcaciones
que no presentaban unas características adecuadas
para desempeñar tal servicio.
El ofrecía abonar a la “caja común
de la Villa 900 reales para los
tres años que le restan, es decir, trescientos reales en
cada uno, pasar la gente de la misma por 4 maravedíes
cada persona y otros tantos por cada carga de colada, y dos reales por cada caballería en horas regulares, esto es desde que salga
el sol hasta que se ponga, según costumbre anterior, con la circunstancia
de que V.S. prive dedicar en tal ejercicio
a sus vecinos y residentes”.
Por las condiciones del remate firmado por el alcalde
de entonces Pedro de la Bodega, el 6 de abril de 1847, sabemos que cuando se
celebraban romerías o festejos en los pueblos de la otra orilla, los boteros podrían, como tenían por costumbre, trasladar a la otra ribera a todas aquellas personas que lo deseasen,
además de que también podrían acudir a
servir el tránsito del Abra los tripulantes de las lanchas y embarcaciones menores del puerto de Portugalete, sin que se lo pudiese
impedir dicho rematante.
Estaba establecido que el servicio no podría dejar
transcurrir más de media hora de una “pasada a otra” y a los pasajeros se les debía tratar “con el mayor agrado, ayudando a embarcar y
desembarcar a los mismos, igualmente que a los ganados y cargas que conduzcan”.
En las tarifas, además de los 4 maravedíes por
persona, encontramos también 2 reales por caballería mayor, 1 real por cabeza
de ganado vacuno, 8 maravedíes por ganado lanar o cabrío, 16 por los cerdos, ….
Si como hemos visto entre las
condiciones del remate del servicio se recomendaba “tratar a los pasajeros con el mayor agrado” en 1848 se produjo la
queja del cónsul británico de Vizcaya, que a la
sazón residía en la Villa contra José Ignacio de Egusquiza,
ya entonces vecino de la Villa y
arrendatario de la barca de pasaje. El
súbdito de su Graciosa Majestad manifestaba que había sido
continuamente insultado por el referido
paisano, “y
hasta el extremo de
amenazarle con ademanes que
indicaban quererle pegar, por lo que deseaba
se le amonestase por su conducta....”.
El demandante añadía además que el injuriante era de “carácter díscolo, pendenciero y provocativo...”. Según se
desprende de la lectura de este texto el botero tenía muy mal comportamiento
con todos sus clientes, tal como lo corroboró el Comandante de carabineros de
Portugalete.
Para conocer la situación de este oficio centenario en la
actualidad, recomendamos leer el trabajo http://www.euskomedia.org/PDFAnlt/zainak/33/33159179.pdf
y últimos boteros de la Ría de Bilbao
tienen de su trabajo.
tienen de su trabajo.
Recoge la
relación de todos ellos.
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