Tras la inesperada noticia de la marcha de nuestro amigo y
colaborador, a quien el lunes
despediremos en la Basílica de Portugalete, la que fue su “parroquia
revolucionaria”, y que quedará para siempre como el historiador de nuestra
historia más reciente, con sus cuatro libros publicados, y su interminable
número de colaboraciones en este blog, como se puede comprobar en el buscador
poniendo TASIO, recogemos a continuación las reflexiones de tres de sus
compañeros de investigaciones en el Archivo Municipal:
Roberto Hernández
Gallejones.
Qué decir de la
infausta noticia del fallecimiento de un amigo como Tasio Munarriz. Tasio,
además de ser uno de los investigadores más asiduos de los archivos
municipales, del Histórico y del Administrativo, era y será siempre para mí
fundamentalmente un excelente amigo y colaborador, de los leales, hombre cabal
y fiel cumplidor de la palabra dada. Quiero destacar la gran capacidad de
trabajo que poseía, su titánico tesón, ya que no cejaba en su empeño por
recoger y exponer de forma fidedigna y rigurosa cualquier dato por pequeño que
fuese. Y ahí quedan sus libros, como fiel exponente de una óptima labor. Era
minucioso hasta extremos insospechados, por eso pienso, que haciendo
abstracción de los partidismos y sectarismos de algunos, diré que en el ánimo
de Tasio se hallaba un gran deseo de ecuanimidad. Y a la vez fue un valiente,
que dejando prejuicios aparte logró publicar obras históricas acerca de períodos
históricos convulsos y todavía controvertidos, con lo que todo esto supone.
Su recuerdo y
su legado permanecerán para siempre en las mentes y en los corazones de los que
le conocimos. Fue Tasio un auténtico y disciplinado militante y estudioso de
nuestro rico pasado, que con voluntad, inteligencia y audacia desbrozó nuevos
senderos para la Historia de Portugalete.
Vayan para él
mi admiración, mi respeto y mi afecto.
Agur t’erdi
adiskide.
José Luis Garaizabal
Flaño.
Agur, TASIO.
Todavía sobrecogido por la
inesperada noticia de tu fallecimiento, me anima el amigo Rubén para que
escriba unas líneas sobre tu faceta de investigador. Vamos a ello.
Te conocí a finales de los años
sesenta, recién llegado tú a Portugalete, en aquellas noches que solía acudir a
cenar, invitado por Don Pablo, a la “casa de los curas” después del
fallecimiento de mi aita. La buena de Puri siempre estaba dispuesta a hacer una
tortillita francesa más y antes de volver a casa me pasabas algún Paris Match que te devolvía en la siguiente
visita.
Después, durante la mili en
Canarias seguí manteniendo la relación con aquel buen hombre que era Don Pablo.
Vuestra pelea con los estamentos del Régimen le pasó factura y estuvo retirado
en Gran Canaria. Hablábamos mucho de vosotros durante nuestras comidas en
Stella Maris de Las Palmas.
Al cabo de los años, y una vez
que abandonaste el sacerdocio, coincidimos tú como profesor y yo como aita de
unos de tus alumnos de ética en el Instituto Barandiarán de Leioa. Nuestro
trato fue breve y cordial.
Después te perdí la pista hasta
que volvimos a coincidir compartiendo mesa y estrecheces en el Archivo
Histórico. Yo investigaba mi calle, Maestro Zubeldia, y tú escudriñabas cajas
con los expedientes de la época republicana. De vez en cuando, nos sorprendías
con algún “papel” curioso en el que se acusaba a zutano o a mengana con alguna
coletilla de desafecto a un bando u otro.
Si no era martes o jueves, te
encontraba, a veces, en el Archivo Administrativo revisando Libros de Actas,
Programas de Fiestas, el Libro de Difuntos, padrones y más padrones en busca de
los apellidos o dirección de algún condenado, gudari, falangista, etc. Eras
incansable.
A la una, acabábamos en el Txiki,
“la oficina” donde seguíamos charlando sobre los hallazgos del día y me solías
pasar todo lo que habías encontrado sobre mi familia o una fotocopia de
cualquier documento interesante para mis investigaciones.
Alguna vez, sobre todo cuando
respirabas gracias al aparato, te llevé en el coche hasta Santa María de Getxo
para que no “corrieras” a coger el puente y luego el autobús. Durante el viaje
seguíamos charlando de “nuestra cosas” y contándonos batallitas de nuestra
afición a la huerta.
Cuando tus investigaciones vieron
la luz en el “tocho” sobre la República, en el que colaboré cuanto pude, tuve
que corregirte varias erratas sobre todo en los apéndices que amablemente
prometiste corregir en el siguiente libro, cosa que cumpliste y agradecí.
Siempre te dije que escribir
sobre temas pasados que pudiesen afectar a sus descendientes te granjearía
enemistades. Así fue, pero siempre decías que la historia es para contarla.
Después, hemos seguido
colaborando en los trabajos del otro, el último sobre el pórtico de Santa
María, y solo puedo estar agradecido de tus fondos y memoria, aunque tuvieses
el “pecado” de no archivar y citar los documentos con su signatura, requisito
que desde el primer día que pisamos el archivo nos recomendó el amigo Roberto.
No somos perfectos y como has solido decir en la presentación de tus libros,
éstos no eran una tesis doctoral que hubiese ocupado el doble de páginas (con
el doble de coste para tu bolsillo) si hubieses citado todas las notas de texto
y sí el relato extractado y ordenado de miles de documentos.
Cuando Roberto me dijo, hace unos
días, que ya no pasarías por el Archivo, no me lo creí. Me dije, este estará de
bajón, así que habrá que levantarle el ánimo con una visita.
No he tenido tiempo para ello.
Te echaremos mucho de menos.
José Manuel López
Díez
Cuando le conocí, allá por 2009, a Tasio no le gustaba
que se refiriesen a él como “el cura”. Nunca hablamos de ello, pero quizá el
sacerdocio le había marcado más de lo que estaba dispuesto a reconocer. Otra
cuestión es cuánto quedaba en él de los curas que se sumaron a la lucha popular
contra el franquismo, y cuánto de los que le adoctrinaron en su juventud. Lo
que sí tengo claro es que carecía de algo habitual en su antiguo gremio: la
hipocresía, tan socorrida en ocasiones tristes como las que motivan estas
líneas (no hay que ir muy lejos para comprobarlo).
Esa carencia facilitó que nos
hiciésemos amigos. Pero lo que más ayudó, claro está, fue nuestra afición por
la investigación histórica. Ambas circunstancias permitían que intercambiásemos
conocimientos y discutiésemos abiertamente nuestros puntos de vista, sin que
jamás pasáramos de algún insignificante “mosqueo”, generado por el tipo de
colaboración que Tasio requería a veces en tareas tan ingentes y espinosas como
las que se impuso.
Nuestras opiniones divergían
sobre todo en ciertos conceptos y enfoques de la segunda República, la guerra
civil y el franquismo. Pese a ello, los cuatro libros que ha dejado sobre
dichas épocas son la base bibliográfica de toda investigación actual sobre la
memoria histórica en Portugalete. Esto es algo objetivo, digan lo que digan
quienes cuestionan su método y sus ideas. Tasio no fue el primero que tocó esos
temas en la Villa, pero sí el que más profundizó en ellos. Y lo hizo por su
cuenta y riesgo. A él no le faltaban preparación y recursos para afrontar la
tarea, pero otros tenían más y ni siquiera lo intentaron.
Todos los que conocemos y
valoramos el ímprobo esfuerzo personal que suponen sus trabajos los hemos
defendido muchas veces ante críticas más o menos justificadas. Yo seguiré
haciéndolo, porque no concibo mejor forma de corresponder a la valía y generosidad
―como amigo e investigador― de Tasio.
Ya no nos veremos más, pero
seguirás entre nosotros.
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