La buena gente que ha
hecho posible la Colección El
Mareómetro ha investigado sobre sus huesos para reconstruir la historia
de un edificio con vida. Aún hoy mantiene el esplendor que tuvo, ahora bajo el
nombre de Gran Hotel Puente Colgante, uno de los emblemas más
sobresalientes de Portugalete. La villa fue fundada en 1322 por María Díaz de
Haro La Buena (el año entrante cumplirá los siete siglos de vida...)
sobre una puebla documentada ya siglos antes, integrada en Las Encartaciones y
habitada por gentes de mar asentadas al abrigo de su puerto natural. De la mano
del actual director, Ricardo Campuzano, atracan las notas del mareómetro en
esta crónica, reseña en la que dicen que "aunque el hotel no ostenta el
nombre romántico que para él soñó Manuel Calvo, Casa de los pobres, sigue
sirviendo a los fines humanitarios que el indiano pensó, a través de la
Fundación que lleva su nombre y que ha actualizado el deseo de "con sus
rentas repartir raciones de olla y pan entre los menesterosos". Entremos
en la historia.
El 5 de diciembre de
1870 el citado Manuel Calvo adquirió el solar soñado, la primera parcela
del Ensanche de la villa portugaluja. Siendo hijo de ese pueblo, Manuel no
regresaría de manera definitiva a Portugalete hasta 1898, tras la guerra de la
independencia de Cuba, donde había hecho fortuna. Regresó para vivir en su palacio
de Portugalete (acabó de construirse a finales de 1871, bastante antes que
el puente colgante que tanto nombre dio al municipio...) junto a dos sobrinas,
un mayordomo alavés y una criada que se trajo del Caribe. Ya para entonces era
propietario de una fonda y había donado cuatro farolas metálicas al pueblo que
no había olvidado jamás.
Cuentan las crónicas
que dos años después, en 1873, se instaló un cañón en la esquina sur trasera
del hotel. ¿La razón? La guerra carlista que, sin embargo, no impidió la
celebración de un baile en pleno estado de sitio. Con todo, el 21 de enero de
1874 se izó bandera blanca en la torre de la iglesia, en Santa Clara y en el
rutilante edificio de Manuel Calvo. Ya era uno de los puntos cardinales de
Portugalete.
Va quien esto lea
encaminándose hacia finales del siglo XIX. En 1876 se construye un balneario en
la playa (sí, para la gente más despistada o más joven: Portugalete tuvo
playa...), dos años más tarde un nuevo cementerio y cinco después, en 1883, el
actual Ayuntamiento. En 1887 la reina puso la última piedra en el Muelle de
Hierro, un año después se inauguró el ferrocarril a Bilbao y en 1893... ¡el
Puente Colgante!
A su llegada de Cuba
por aquellas fechas, Manuel Calvo decidió crear un nuevo hotel a todo lujo en
aquel espacio. No reparó en gastos. Encargó su dirección a don Pedro Botsio, maitre d'hotel de la Compañía
Trasatlántica y el 1 de junio de 1902 Portugalete fue testigo de una
inauguración por todo lo grande. Dos años después, por recomendación médica,
Manuel Calvo se iría a vivir a Cádiz, donde sólo estuvo dos meses antes de su
fallecimiento.
El hotel pasó entonces
a manos del pueblo portugalujo, representado en una Fundación dirigida por el
alcalde de aquel entonces y el párroco de Santa María. Eran los tiempos de la Belle Epoque y en el
libro de registros de aquellos años, en los que se vivía ya el declinar de la
playa y el balneario, están consignados un indiano portugalujo, Gregorio
Uzquiano, de monumental fortuna, y la familia imperial austriaca, con la
emperatriz Zita Borbón y Parma a la cabeza, en 1922. También Alfonso XIII
organizó en aquellos salones grandes fiestas.
La popular cofradía de
San José, verbenas y bailes de sociedad, bodas y carnavales y el que fue tan
renombrado concurso del Vestido Barato fueron algunos de los usos de la época
hasta que se cruzó otra negra sombra: la guerra civil. Se convirtió entonces en
la sede de la Marina Auxiliar del Gobierno vasco, sufriendo serios
destrozos que auguraban el final de la época. El hotel caía herido de muerte.
Entramos, por tanto,
en la tercera vida del hotel, restañado de todas sus cicatrices de guerra tras
una reconstrucción que pasó por manos de Santos Zunzunegui. Vuelve el
esplendor y lo mismo se ruedan películas que se aloja la selección española de
fútbol. Regresa el original Concurso del Vestido Barato, se alojan rostros
conocidos y van sumándose a la fiesta las celebraciones, las bodas y bautizos,
los bailes de carnaval y la vida social de Portugalete en pleno, hasta el punto
que el mismísimo Elai Alai llegó a acomodar en él a los participantes en el
Festival Internacional de Folklore... ¡cuando ya estaban cerradas sus
habitaciones!
Detengámonos un poco
antes, cuando Antonio Saloña llegó a la dirección del hotel en 1951, puesto que
ocupó hasta la fecha de su muerte, veinte años después. Su figura no puede
desligarse del hotel, hasta el punto de que no se olvida el libro que escribió,
Arte nuevo de la cocina española, para regalar a los huéspedes. Un
asiduo de las tertulias que allí se celebraba, Manuel Llano Gorostiza, le
escribió la introducción. Pero eran años de dificultades y a la muerte de
Antonio, en 1971, el estado del edificio no aguantaba ya el trajín del hotel,
reconvirtiéndose en bar y restaurante hasta el 20 de septiembre de 1991, día en
el que cerró sus puertas.
¿Se cantó entonces el
gori-gori? No, Una empresa entró en puja con la idea de firmar un contrato de
70 años pero el 29 de julio de 1993 un pavoroso incendio lo redujo a cenizas.
Durante años Portugalete miró al solar vacío como se mira una cuna huérfana, con
el dolor de haber perdido un hijo. Incluso la Fundación Manuel Calvo, que
gestionaba el legado del indiano, rescindió el contrato firmado con aquella
empresa y buscó un nuevo socio, una nueva propiedad que trajese aliento nuevo
para el siglo XXI. Ahí entran en escena Esteban Martínez y Javier Clemente,
quienes traen consigo un soplo nuevo. La actividad del restaurante, que había
cesado en 1991, se retoma en 2002, tras la hermosa reconstrucción que ha
mantenido el aire colonial que trajo de Cuba aquel pionero Manuel Calvo. Ese
mismo año el hotel abría sus puertas.
Hoy en día el Puente Colgante Boutique Hotel, que tal nombre gasta, luce y reluce, bañado con tintes de amarillo, verde, azul y gris, los colores coloniales tan reconocibles en Cuba. Su gastronomía se ha convertido en una clara referencia en la villa, con el restaurante La Habana como bandera. Y al encontrarse en la ruta del camino de Santiago, ofrece a los peregrinos cuidados de hospedería de altos vuelos. El Puente Colgante con el que se abraza recrea una imagen de elegancia, como si fuese un cuadro del ballet del Bolshoi. El 21 de junio de este año, si hacen cuentas, se celebrará el 150 aniversario del edificio original. Aquella pasión siguen en pie.
Jon Mujika
DEIA 13.6.2021
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