La finca de los Aroma, servía en las fiestas de San Roque para celebrar su fiesta familiar y amistosa en un improvisado merendero instalado en ella, en lo que actualmente es la calle Gipuzkoa.
Haciendo pared medianera con dicha finca estaba la de Palacios, verdadera huerta con frutales tapiada totalmente, con una sola puerta de acceso por el Ojillo junto a la fuente y aquel banco de hormigón que sirvió durante muchos años de buen emplazamiento para el tablado musical de las fiestas de San Roquillo.
Continuando calle arriba, por la derecha estaba el callejón de las Monjas, que separaba la huerta de Palacios de la Residencia de las Siervas de María; este callejón de reducida anchura unía el Ojillo con la calle General Castaños a través de huertas y cortijos; luego más tarde la carretera Nueva (hoy Carlos VII) cortó el callejón en dos trozos: el del Ojillo sirvió de escape para ir al refugio del Lavadero de las Monjas, lugar seguro y tranquilo por aquellos años.
Pasando las monjas, en su misma mano y ya frente a la Campa de San Roque, existía la finca de Goitia, con su palacio solariego y su gran jardín, con frondosos y gigantescos árboles, finca muy particular que contrastaba con la “Campa”, la cual, abierta al esparcimiento popular, era la más grande y fresca del lugar que existía en Portugalete por aquel entonces.
En la campa, la ermita sencilla, humilde y sin ningún estilo arquitectónico a la sombra de los castaños y plátanos, se vestía de gala para honrar a su patrono San Roque, recibiendo a la mañana a la Corporación Municipal con su pueblo y despidiendo a la tarde a todos los romeros en su alegre y sudorosa “Bajada”.
La “Campa” seguía durmiendo bajo la buena vecindad de los Ruiz de Asúa, los Cobos y Banderas, familias que gozaron de la servidumbre de este lugar muchos años.
FELIX HERNÁNDEZ
Las fotos de esta entrada de los fondos de Mari López Quintana, nos la muestran acompañada de dos amigas en la Campa de San Roque con su frondoso arbolado y en la inferior en las escaleras de entrada a la misma. La calle del Ojillo, quedaba encajonada en su parte alta por los muros de esta campa y los de la finca de Goitia que aparecen a la izquierda también con gran arbolado sobre los que sobresale la torre del convento de las monjas.
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