Como estamos en época de carnavales, al igual
que hemos hecho otros años, no podemos pasar sin recordar algo de lo poco que conocemos de la historia de estas fiestas que durante los cuarenta años de la
dictadura franquista estuvieron prohibidas, por lo que al llegar la democracia
hubo que reinventarlas recurriendo a las personas mayores y a sus recuerdos de
antes de la guerra.
Las noticias que nos quedan en la Villa se remontan al menos a
1839 con la existencia de bailes de máscaras y comparsas que salían cantando, siempre
con el permiso correspondiente, y que duraron un siglo hasta que en 1939 se prohibieron. Dada la tendencia en estas fiestas, a ridiculizar al poder, ya fueran
políticos, militares o religiosos, no es de extrañar que en las
dictaduras como la de Franco, los prohibieran.
Como estamos preparando la
década de los años treinta del siglo XX, diremos que las noticias que tenemos
corresponden a la celebración de bailes de máscaras solicitadas en 1930 por el Circulo Monárquico y la Sociedad Coral. Según el presidente de esta última Andrés Miguel Larrea se celebraría
durante tres días y durarían hasta la una de la madrugada.
En cuanto a los grupos que
salían por las calles cantando coplas, eran numerosos y muchos procedentes de
pueblos vecinos, así en 1933 encontramos la solicitud, con la letra de las
coplas, de Enrique Burgos en
nombre de sus compañeros. No le encontramos mucha gracia, pero lo damos a la
luz junto a esta líneas por si le es de interés a algún estudioso del tema.
Se comprometían a hacer un donativo a las
Cantinas Escolares.
De 1935 también se conservan bastantes
peticiones con sus
satíricas coplas, como El cantar del carnaval, con letra de Félix Cornejo, el
Coro Infantil Boemio de Abacholo de Faustino Castresana, el grupo de Guillermo
Chamosa del barrio de La Sierra, la comparsa de Baracaldo de Federico
Merino cuya recaudación era para los parados, así como La murga los
panchos, de Patricio Gutiérrez.
En dos de ellas se repite un estribillo que puede ser
conocido para algunos: Cuando estuvimos en Filipinas, nos regalaron cien mil
sardinas, a última hora en Nueva Yor chin pun, el escándalo que dimos con los
pitos, nos echó el Gobernador....
Referente al final del carnaval con el entierro de la
sardina, encontramos en 1931 un grupo con Teodoro Laño, que solicita
permiso para recorrer las calles cantando "el entierro de la Sardina", desde las
seis a las nueve de la tarde, para lo cual presentan la letra tradicional de Una
Cruz, una palma y un sepulcro…
Pedro Heredia, en su libro de la Colección El
mareómetro, nos dejó el relato de aquel cortejo fúnebre de marineros con sus
ropas de agua, acompañando a un ataúd con una sardina gallega clavada y con
grandes esquilones que daban un aspecto de lúgubre agonía.
En
el Archivo se conserva también
una solicitud de Gabriel Apaolaza y Salvador García para salir de la forma
acostumbrada a cantar "el entierro de la Sardina", prometiendo al Ayuntamiento el
25% de la recaudación para la Cantina y Ropero Escolar. Y es que como recordaba
Heredia “la gente joven se afanaba con
sus ensayos coplísticos”.
Ilustramos esta entrada, en la parte
superior, con un grupo de aquellos años 30 y su cartel VIVA PORTUGALETE Que es mi pueblo. A su derecha dos de la niñas de
la familia Hermosilla, y bajo ellas representando a la juventud que venía de
los pueblos vecinos, a dos chicas de Urioste, aunque eran de años
anteriores, 1918.
Bajo estas líneas la autorización del
gobernador para la celebración de bailes de carnaval al Círculo Monárquico en
1930 y una foto de aquellos bailes, con conocidos portugalujos y portugalujas,
dos años antes.
Las niñas son Ana Mari y Fidelita Hermosilla del Campo
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