jueves, 14 de agosto de 2025

HISTORIAS DE LA DIANA

  

Ante estas fiestas patronales de 2025, Yagoba Ibañez, nos envía unas lineas con historias de la Diana, que nos sirven para felicitar a toda la gente portugaluja que estos días gritamos 

GORA SAN ROQUE, VIVA PORTUGALETE

La tenue luz del naciente día apenas se filtraba en la alcoba a través de las rendijas de la vieja contraventana, intentando en vano impedir su paso al interior, cuando de súbito, la alarma del despertador comenzó su estruendoso concierto. Una adormilada mano consiguió apagar el mecanismo y obnubilado aún, a través del oscuro pasillo de chirriante madera, se dirigió hacia la cocina derelucientes azulejos blancos, donde en la “chapa”, colocada la noche anterior, una cafetera le esperaba para ayudarle a desperezarse.
 Lentamente el hogar de la familia Pinedo, en las entrañas de la calle Coscojales comenzaba a latir de nuevo, pronto, demasiado madrugar para un día de fiesta, pero la anual cita con la diana hacía que el esfuerzo mereciese la pena.
La tarde en el “Metro” había sido como de costumbre gratificante. Las jarras de morapio acompañadas del gazpacho de bonito servidos por Puri, eran testigos mudos de las tradicionales canciones sanroqueñas que con la merienda de “la tamborrada” la cuadrilla daba inicio a su particular programa de fiestas. Antes de irse, Justo, ya como un rito adquirido por los años, del añejo pellejo, sacaba el riojano caldo y llenaba el odre con el que refrescará al día siguiente el reseco gaznate de los cantores y los labios de los músicos que ofrecerían sus sones. Este año, además de vino, un puñado de magdalenas compradas en la panadería de la calle del medio y un batido de chocolate acompañaría su particular avituallamiento, prometido el anterior año, para la única chica de la banda que por su edad aún no podían degustar el néctar de la vid, pero también merecedora del pequeño refrigerio que les ofrecía en agradecimiento a su dedicación.
Tras vestirse azarosamente con la camisa blanca de los domingos, anudarse el pañuelo de “yerbas” al cuello y colocarse el pantalón de Mahón, descolgó del estante trasero de la puerta de la cocina la henchida bota de vino y se dirigió presuroso escaleras abajo hacia el encuentro de la madrugadora serenata, que, a través de los estrechos pasadizos del medieval casco portugalujo, ya se escuchaba… “Escucha mi cantar portugaluja despierta”.
 


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