La jornada escolar en Maestro Zubeldia había comenzado con la rutina habitual; sociales, “mate”, pretecnología, francés…se sucedían en intervalos de una hora a la espera del ansiado recreo. Las clases de sexto, solo para chicos, se situaban en el tercer piso del edificio grande, atiborrada de unos obsoletos pupitres de madera que aún conservaban el agujero para la tinta y el plumín, destilaban un imborrable olor a madera rancia que presagiaba el declive de un modelo educativo abocado a la extinción. La única nota de color en ese académico mundo gris, la ofrecían dos grandes mapas físico y político de España colgados en la pared, en los cuales, diferenciados en colores, las Vascongadas, Navarra, Castilla la Vieja… y demás provincias, mostraban al alumnado la idea proclamada hasta la saciedad de una nación; Una, Grande y Libre.
Don Antonio, el maestro de nuestra clase, era de los considerados “profes” majos, de los que solo utilizaban la regla de madera en el encerado para su uso didáctico. Junto a “la Cloti”, la profe de música y un reducido grupo de maestros jóvenes que entraron a Zubeldia en los años 70, renegaron de la corriente imperante: “la letra con sangre entra”, marcando el inicio del cambio a una educación más moderna y pedagógica.
Esa mañana entró acompañado a la clase, de un señor de mediana edad, que más tarde supimos que era un músico de la Banda Municipal, lo presentó y nos comentó el propósito de su visita:
“Chicos… el ayuntamiento ha puesto en marcha la Academia Municipal de Música. Mi visita es para invitaros a todo el que quiera estudiar música a bajar al local de ensayos de la banda que está en los bajos del Colegio de “los Agustinos”, en la calle Nueva, allí os informaremos más detenidamente y si os interesa haremos la matrícula”.
“Más adelante, continuó, si la instrucción musical es satisfactoria y lo deseáis, os prestaran un instrumento adecuado a vuestras características, con la intención de que sigáis estudiando y entréis como educando en la Banda Municipal”
En esos años la agrupación pasaba por un momento delicado. Tras años de éxitos con Don Luis Fernández, un buen número de sus integrantes contaban con una edad avanzada e iban abandonando la práctica musical, quedando instrumentos sin cubrir, afectando notoriamente a la calidad artística.
Para su regeneración el Ayuntamiento bajo la dirección de Don Ángel G. Basoco decidió activar la opción de reclutar alumnos de las escuelas públicas para formarlos en la academia, y así cubrir con ellos las plazas vacantes. Con gran visión de futuro, los regidores de la época, tras la disolución de “Euterpe” por similares razones, fundaron en 1906 la Academia Municipal de Música antes que la propia banda, para convertirla así en la cantera de músicos que la nutrirían.
El ofrecimiento captó la atención del alumnado convirtiéndose en el principal tema de conversación en el recreo de ese día. En una época en la que estudiar música estaba reservado casi exclusivamente a las familias acomodadas, la propuesta dirigida a hogares de un entorno obrero era muy novedosa y atractiva. En estos años, las actividades culturales o deportivas fuera de la “O.J.E” o de las diferentes casas parroquiales eran casi inexistentes, hacía que esta oferta cultural fuese aún más interesante.
Esa tarde, al terminar la jornada estudiantil, una buena parte de los alumnos de Zubeldia de los cursos altos bajamos al lugar que nos habían señalado. Nos recibió un espacio cúbico enorme, lleno de atriles y fotos antiguas de músicos, con la sorpresa, que en la parte posterior del edificio había un frontón escondido, anteriormente usado como patio de recreo de los “agustinos” y cuyo único acceso era una herrumbrosa puerta interior… la guinda que disipaba las dudas de la matriculación.
De la escuela a la academia, con la sonrisa ilusionada por la música en busca de la inspiración y con los deberes sin hacer en la cartera, era la rutina que marcaba el curso escolar. Agrupados en torno a unos atriles de madera corridos fabricados por el parque móvil, cantábamos las lecciones que aparecían en los amarillentos libros de “solfeo de los solfeos”, con Don José Luis marcando el compás con una baqueta a modo de metrónomo. A media tarde, el director de la banda llegaba, se sentaba en el piano y comenzaba a tocar, todos nos callábamos con respeto y admiración ante una figura que parecía inaccesible. Al terminar su interpretación, los chicos de mayor nivel se dirigían hacia Él y comenzaban a cantar la lección acompañados por Don Ángel, todos sabían, que el mero hecho de estar allí, dando la clase con el maestro, era la antesala a elegir instrumento y pasar a otro nivel.
Al concluir, los que solo daban solfeo eran libres de irse y el resto ya educando en instrumento hacía una pausa, momento en el que se abría la puerta del edén y salíamos a nuestro frontón particular. Partidos de pelota y futbol interminables, la mayoría de las veces con una botella de plástico a modo de balón. Se sucedieron encuentros fratricidas, mayores contra pequeños, metales contra maderas, Zubeldia contra otros colegíos… el “mach” acababa de forma súbita cuando el maestro llamaba para seguir las clases, con la amenaza recurrente de no volver a abrir esa puerta nunca más.
Entre el alumnado de esos años se hablaba de este ambiente y se animaban unos a otros a bajar a la academia en una dinámica que generó que una mayoría de alumnos fueran procedentes de Zubeldia.
Esas clases iniciadas en esos años 70, comenzaron a dar sus frutos; Gómez, flautista, fue el primer educando de Zubeldia en la Banda Municipal.
En años sucesivos; Alameda, Zorrilla, Villegas, Miranda, Monasterio, Ibáñez, Luzuriaga, Uriarte… les siguieron.
Las generaciones se sucedían; Diego, Patxi, Nekane, Molinero, Ayo, Bueno, Huerga, Sergio, Pereda… llegaron a ser músicos de la Banda Municipal, otros les siguieron hasta la desaparición de la Academia Municipal de música y fueron integrantes de otras agrupaciones musicales… con el vínculo común de haber estudiado en Maestro Zubeldia. Contribuyendo esta generación de músicos, a superar una crisis, en la que estaba inmersa la Banda Municipal y a mantener su actividad durante estos años.
YAGOBA IBÁÑEZ RAMOS
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