Javier García-Borreguero y Ondiz, que no estuvo presente en dicho acto, nos envía una anécdota que consideramos de interés pues pasa a engrosar ese repertorio de nuestra historia:
Como bien sabéis, en el mundo del teatro era
tradicional y lo ha sido hasta hace muy poco, la representación de la obra de
José Zorrilla, DON JUAN TENORIO, en el primer día de noviembre que es la
víspera del día de los Fieles Difuntos.
Como el día uno es festivo por ser la conmemoración de
Todos los Santos, era costumbre representar esta obra por ser tiempo dedicado a
ellos, puesto que en esta obra cobran su protagonismo. Tradición perdida y
cambiada por algo de influencia americana que no entendemos bien, pero que se
ha impuesto entre los chavales y que le llaman “Halogüín” (O algo así?).
Y como ya habréis adivinado en el Teatrillo de
Portugalete también solía representarse el “Don Juan Tenorio” por estas fechas.
La anécdota, me la contaba mi madre, que cuando iba al
cine, teatro o algún espectáculo con mi padre, era un detalle de Luís de la Fuente que los acomodadores tuviesen reservado siempre un asiento para los
médicos cerca de la puerta, por si surgía alguna llamada de urgencia y así
evitar otros avisos escritos a mano y que se proyectaban interrumpiendo la
siempre interesante película.
Pues bien. En la segunda parte de esta obra el primer
acto se desarrolla en el cementerio-mausoleo que la familia Tenorio ha
construido sobre su antiguo palacio de Sevilla, y allí están las estatuas
representando a los difuntos cuya muerte está ligada al personaje de D. Juan
Tenorio: Don Diego Tenorio, Don Gonzalo de Ulloa, Don Luís Mejía, y Doña Inés
de Ulloa. Don Juan regresa a Sevilla
años después, y en el colmo de su libertinaje y desvergüenza invita a cenar en
su casa a la estatua del Comendador Gonzalo de Ulloa. Son El Burlador de Sevilla y el Convidado
de piedra, que Tirso de Molina ya recoge en 1612.
Ahora nos trasladamos al Teatrillo de Portugalete, y
se alza el telón de la segunda parte. Efectivamente aparece el mausoleo con las
estatuas al fondo, mientras D. Juan Tenorio está hablando con los muertos (…“Si buena vida os quité, buena sepultura
os dí”…).
Pero en esto, una de las estatuas del fondo, que
estaba maquillada con harina para mejor aparentar el mármol blanco, no puede
aguantar más sus picores y estornuda.
Esto ya de por sí, hizo que resonasen en el teatro
algunas risas. Pero al producirse un segundo estornudo y de la misma estatua,
aquello desarrolló que ya todo el Teatrillo estallase en contagiosas y grandes
carcajadas, de tal modo que la representación tuvo que detenerse. Esta
situación no acabó de calmar el alboroto, porque un portugalujo de las primeras
filas ya con las luces encendidas, reconociendo al actor que hacía de estatua
se dirigió al público, chivándose en voz alta: “¡Pero si es Fausta la Cachonda!”, dado que éste era el apodo con
que todo el pueblo conocía a aquella persona.
Este reconocimiento popular, provocó nuevas risas e
incontenibles carcajadas que duraron largos minutos, hasta que a repetidas
señas de D. Juan se consiguió el silencio para una vez apagadas las luces
continuar la representación.
Pero “Fausta”
estaba herido en su orgullo, y aprovechando el nunca mejor llamado “silencio
sepulcral” conseguido por el protagonista para reanudar la obra, se giró en su
pedestal hacia el patio de butacas y dirigiéndose al respetable exclamó en voz
muy alta: “Lo que pasa es que el público
tiene muy poca educación”.
Imaginarse el desorden y cachondeo que vino a
continuación y deducir que se iba a suspender la función es fácil. Lo difícil
fue concluir la representación tras más de media hora de descanso para por fin
calmarse todo el mundo. Pero se llegó al final entre los aplausos del público.
Por cierto,
que el tal “Fausta la Cachonda” no
salió a saludar al final, aunque su nombre fuese coreado y requerida su
presencia por todo el pueblo asistente al Teatrillo. Se había enfadado muy
seriamente.
Es muy buena esta anécdota y típica del "pueblo".
ReplyDeletePortu siempre ha tenido personajes de este tipo de "Fausta la cachonda", y que han gozado de gran popularidad y cariño por parte de toda la Villa. No citemos la larga lista porque algunos que en ella se encuentran, podrían sentirse ofendidos.
Pero si perdemos este tipo de personajes, será seguramente porque estaremos dejando de ser "populares" y pasando a convertirnos en casi "urbanos".
Pero sin miedo: Entidades como El Mareómetro, nos ayudan a conservarnos como nos gusta recordar a nuestra Villa.
Totalmente de acuerdo con el comentario.
ReplyDeleteLa anévdota es genial, y por supuesto digna de la Villa de entonces.