Con el título de El campo de concentración de
Miranda, prisión de rojos y nazis, EL CORREO del pasado día 5 ofreció un
extenso y grafico reportaje sobre el centro de prisioneros más longevo de
España, activo entre 1937 y 1947 y sujeto a las vicisitudes de la Guerra Civil situado
en la citada localidad.
En su primera etapa, el campo se utilizó para encerrar
a soldados leales a la República y a miembros de las Brigadas Internacionales,
voluntarios de todo el mundo que habían viajado a España para luchar contra el
fascismo.
Aunque el nombre coincide con los Campos alemanes, no era de “exterminio”
como éstos, si bien las condiciones de hacinamiento, frío, hambre e
insalubridad fueron la causa de la muerte de muchos internados, entre los que hubo
varios portugalujos, como fue el caso de Sotero Larrazabal Garate.
El centro empezó con unos primeros barracones de
madera en los que Sotero recordaba que dormían en el suelo sobre hojas de remolacha,
sin agua ni letrinas, siendo una pasarela sobre el rio Bayas la que permitía a
los presos echar sus excrementos al río solo durante el día.
La mayoría de los presos llegaban a Miranda por tren.
Desde la estación del pueblo tenían que caminar unos cientos de metros hasta
donde se encontraba la entrada del campo, donde cada
prisionero recibía un pantalón, una camisa, una manta, un plato, un vaso y una
cuchara
Las condiciones de vida eran muy difíciles, sobre todo
en la primera etapa del campo y cuando llegaba el invierno. Se han
contabilizado 162 muertos oficialmente por ‘muerte natural’, es decir,
enfermedades causadas por las malas condiciones (tifus, pulmonía, escorbuto…).
Pero hubo muchos más, según testimonios de los presos, como los de los intentos
de fuga que acabaron con los disparos de los guardias. Al comienzo no había
agua corriente y con el tiempo se instaló una fuente y un camión-aljibe para
poder abastecer a todos los presos. En su mejor etapa, el campo tenía un único
grifo de agua potable, así que las colas eran importantes.
Tasio Munarriz relató en una entrada de este blog la
anécdota que contaba Sotero, cuando al poco tiempo de su ingreso, un
funcionario del Campo, casado con Milagros Menoyo, de la calle del Medio como
él, entró donde estaban los presos y preguntó si había alguien de Portugalete. Sotero
levantó la mano y desde entonces le pasaban a diario un recipiente lleno de
café (o un sucedáneo) con leche por un ventanuco a ras del suelo de su celda.
Aquello le salvó la vida. Pasado el año salió, pesaba 35 kg.
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