En el paseo por Portu podemos advertir
que la costumbre de llevar txapela como prenda del vestir, ha menguado. Vivimos
en un tiempo en que el uso cotidiano de ese dosel craneal entre el hombre
vasco, parece haberse perdido para devenir en motivo museístico tras haber
desaparecido de los escaparates de las tiendas de prendas masculinas.
Ahora mismo, creo que en Portu ya no hay
comercio que posea txapelas en su oferta. Las últimas txapelas que he recibido,
vienen desde Bilbao, del Casco Viejo, y no diré el nombre de la tienda aunque
algunos quizá la conozcáis.
Y eso que es una prenda que nos fija
socialmente, pues, en casi dos siglos de uso extendido, ha pasado a ser un
símbolo definidor. La txapela se generalizó como tocado civil masculino a
partir de la Primera Guerra Carlista, en el segundo tercio del siglo XIX, y
pasó a ser el tocado preferido por los jóvenes, quedando los sombreros para las
ceremonias. La imagen de Tomás de Zumalakárregi, que se cubría con una de vuelo
amplio, le dio mucha promoción.
Ese auge, dio lugar al desarrollo del
proceso de producción, pasando a ser elaborada de forma industrial, en Tolosa,
Valmaseda, Azkoitia y otras localidades menos conocidas.
Bien, debe quedar claro que el diseño de
la txapela: el vuelo amplio, es característico de la nuestra, y según vamos
hacia el sur, se va redondeando para terminar pareciendo una tapa de puchero
sin asa, tal como las que llevan Pepe Isbert, en El verdugo o el personaje de
Azarías, representado por Paco Rabal, que aparentan llevarla enroscada. La
“boina calada”, le decíamos.
La txapela se adapta al gusto y a la
comodidad de su portador, que encuentra un sinfín de maneras de colocársela,
según su talante, que, siempre tradicional, la usará desde niño hasta su
declive e, incluso, más allá, adonde le acompañara sujetada entre los dedos.
Únicamente se descubrirá en las visitas
a hogares ajenos, en la iglesia, en las entrevistas con el asesor del banco o
la colgará en la cabecera de la cama. Hubo una época en que, desde las
localidades altas de San Mames, se podía observar un mar de boinas al mirar
hacia el césped. También en los frontones.
Como rasgo de identificación, la txapela
lleva siempre en el centro un rabito, un resto del proceso de tejido de la
lana. Es la txertena. Una de las mas grandes ofensas que podía hacerse a un
vasco era “caparle” su txapela cortando la txertena. Duelos a muerte hubo por
ésta causa.
Su uso hace evidente el origen de quien
la lleva. El vasco, apenas introduce la boina en su cabeza, mientras que en
otras latitudes se la calan hasta las orejas. Según la maña del usuario, puede
inclinar la boina hacia atrás, hacia delante, hacia la izquierda o hacia la
derecha. Los menos mañosos se ponen la boina con dos manos, los más resueltos
se la colocan con una sola mano, de golpe, dándole siempre un vuelo delantero.
Por su color (negro, azul, rojo,...),
textura, vuelo,... la txapela, distingue e identifica a su portador. Algunos,
además de ponerla inclinada, un poco, hacia la derecha - lo que aprendimos -, le
damos ángulo en el frente, rasgo personal. Lo que fue seña de identidad cuando
niño, se convirtió en cartel de protesta, cuando adolescente barbado, y pasó a
ser símbolo, ya en la senioridad.
Un símbolo que, aún habiendo recorrido
muchos km´s y paseado muchas ciudades, no es fácil de hallar.
Llegado aquí, debo decir que en
Tarragona, en mi círculo cercano, somos algo más de media docena los que
mantenemos su uso. Aunque no sea continuo. La nuestra es negra y de vuelo
amplio, al estilo vizcaíno. Sí, el color identifica, el tamaño importa y a más
vuelo, más elegancia. Y sí, somos presumidos.
Martintxu
(No leerán ésta entrada, pero vaya desde
aquí un saludo a
la pareja de Rentería que nos saludaron en Wroclaw (PO).
Por
eso decía antes que la txapela identifica al usuario.
Hay una frase de J. M. de
Barandiaran,
txapela buruan eta ibili munduan,
a la que añado ¡Aurrera!.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario