Fragmento de
uno de los capítulos de la novela EL CAIMAN EN SU LABERINTO, titulado EL CORTA,
de Alberto López, recogido de su
facebook:
Entre los recuerdos del pueblo que,
con especial cariño solía narrar el Corta, se encontraban los que se referían
al frontón La Estrella desaparecido en 1965, donde los domingos se organizaban,
inolvidables matinales de boxeo, a las que iba acompañando a su padre gran
aficionado al deporte de las doce cuerdas. Yo también fui a algunas de aquellas
matinales, acompañando a mi primo Edu, que había comenzado a hacer guantes en
un gimnasio de Baracaldo.
En aquella época el boxeo era un
deporte que estaba en auge. Había gimnasios en muchos pueblos y barrios de la
Margen Izquierda, donde acudían muchos jóvenes, hasta el punto que, en el
mundillo del box, se le llamaba el Bronx. Incluso en Portugalete, en el
estupendo edificio del batzoki de la calle Nueva (a mediados de los 60 comenzó
a llamarse la Cuesta de las Maderas, probablemente porque se asentaron allí
varias carpinterías) que el nuevo Régimen había incautado tras la guerra, para
concentrar en él sus distintas organizaciones sociales y al que rebautizó con
el nombre de Casa de España, la OJE abrió un gimnasio, para atraer a los
chavales con la disculpa de hacer guantes.
En sus comienzos, en Inglaterra, el
boxeo era un deporte de caballeros. De allí llegó a la Ría en los barcos de
carbón, junto con el fútbol. En aquellos años era un deporte popular, de gente
humilde y obreros. Pero con la democracia, llegaron con sus prejuicios las
clases medias, este país se fue haciendo europeo y lo de hacer guantes (ellos
lo llamaban pegarse) comenzó a resultar socialmente incorrecto. No entendieron
que el boxeo era bastante más que eso. En los gimnasios, los chavales se
formaban haciendo deporte, había un gran compañerismo y los alejaba de las
calles. Hoy es un deporte que languidece.
Desde los humildes graderíos
corridos de madera del frontón la Estrella, y de aquel ring de andar por casa,
montado sobre la cancha con un precario armazón de madera, se aficionó al
deporte de las doce cuerdas. Su padre le enseñó lo que era un jab, un uppercut,
un crochet, un swing o el clinch, palabras de una sonoridad exótica, que ya nunca
olvidaría. Y comenzó a asistir a un gimnasio que regentaba un viejo campeón de
España de los medios, y a hacer guantes con otros muchachos, mostrando un
cierto estilo y una buena pegada, hasta el punto que llegó a disputar algunos
combates como aficionado en el peso pluma.
Por La Estrella pasaron, el elegante
púgil canario Tony Falcón que, se quedó a vivir en un barrio obrero de la Ría,
el bravo Romaniega de Gallarta, que se zafaba aguantando lo indecible a la
espera de colocar su golpe definitivo en busca del knockout, el bilbaíno Senín,
que tenía una gran clase y estuvo en los juegos olímpicos, Beraza, el ídolo de
Erandio, un púgil bronco que se pasó después a la lucha libre, el tinerfeño
Sombrita, el sin par Fred Galiana, campeón en tres categorías nacionales y en
una europea, que en La Estrella puso el título nacional en juego frente
Romaniega, Madrazo el boxeador bilbaíno de las Cortes, el barrio de las putas,
campeón de España de los súper ligeros y medios, un púgil elegante con un gran
juego de piernas que hacía un boxeo muy bonito, parecido al de Luís Aisa, otro
habitual de La Estrella, también campeón nacional en la categoría pluma, ambos
con poca pegada pero verdaderos estilistas del jab y elegantes poetas del ring.
Luis Aisa, que era aragonés, había
sido campeón de España de los pesos pluma aficionados en 1962, año en que
debutó como profesional. Llegó a Portugalete con veintitrés años para celebrar
unos combates por el norte, se casó con la hermana de su preparador, tuvo tres
hijos y se radicó en la villa. Se proclamó campeón de España del peso pluma en
1964, en el campo de futbol de Las Llanas de Sestao. Después disputó el título
europeo, y ganó a los puntos, pero inexplicablemente los jueces se tiraron para
atrás y declararon vencedor a su contrincante. Como no tenía padrinos y no se
dejaba comprar, no pudo contra los manejos sucios del mundo del boxeo. Pero
nunca, ni dentro ni fuera del ring lo dejaron fuera de combate. Acabaría
regentando el bar familiar de su mujer en la calle Santa María. Le apodaban, no
sé porque, Guay. Era un bar con fotos de combates famosos y carteles de
inolvidables veladas. Allí tenía Aisa colgados cuadros con las características
fotos de boxeador en guardia, algunos carteles de sus combates, la del
campeonato de La Llanas y otros recortes de prensa. Había también una bandera
roja y una ikurriña, un poster del Che, otra de la Pasionaria y algunas con
diputados y políticos comunistas que, venían de Madrid para algún acto
político, y los dirigentes locales los pasaban por el bar de Aisa donde se
fotografiaban con el ex boxeador. Y es que Aisa era un boxeador comunista, que
no ocultaba su ideología, lo que, en aquellos años, no le beneficiaba en nada
para su carrera en el ring.
A su tertulia y a tomar unos
txikitos, acudían a diario los muchos aficionados que por entonces tenía el
boxeo en la villa. El bar se llamaba “El Oro del Ring”, no sé si por la
conquista de algún trofeo o medalla de oro, o porque Aisa era en el fondo un
púgil wagneriano. Fue una pena que aquel bar no se conservara como museo,
formando parte de la pequeña historia local, pero ya he dicho que los tiempos
que vinieron después, no fueron muy propicios para este deporte.
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