martes, 7 de julio de 2015

PEDRO SOLABARRIA BILBAO (1930-2015)



Hoy nos toca recordar a Periko Solabarría, que ha pasado por méritos propios a figurar en el Diccionario Biográfico Portugalujo.
Como se ha escrito mucho sobre su trayectoria vital, vamos a recordar lo que se publicó sobre su figura, en entrevista personal, en el libro, Portugalete.Santa María, historia de una calle, que hemos incluido en la Biblioteca Digital Portugaluja, como pensamos hacer con todos los libros publicados sobre nuestra Villa, con el proyecto de que sean digitalizados para que lleguen a todos los portugalujos, pues la mayoría están ya agotados.
 
"La primera sirena significaba que debíamos prepararnos para un bombardeo aéreo, la segunda nos apresuraba para que corriéramos a los refugios y la tercera y ultima anunciaba la llegada de los aviones caza de Franco y el inicio del fuego".
Periko Solabarria Bilbao (Portugalete, 1930), pormenoriza con extraordinaria clarividencia los sucesos de una guerra que le sorprendió con tan solo seis anos, cuando residía junto a su familia en la calle Santa Maria, en la misma casa que le había visto nacer.
"Vivíamos en el numeró 2, pero durante los bombardeos nos refugiábamos en el túnel del tren que unía Portugalete y Santurtzi, en la iglesia o en el sótano del edificio contiguo al nuestro. Recuerdo que mi madre nos hacia dormir vestidos por si teníamos que levantarnos sobresaltados por algún ataque. Además, siempre tenia preparado un capazo pequeño repleto de chocolate para que mi hermana Estefanía y yo comiéramos mientras nos escondíamos, ya que a veces pasábamos allí horas y horas", relata.
"Cuando saltaba la alarma y llegábamos al túnel -prosigue- siempre nos encontrábamos con una avalancha de gente. Los más valientes se quedaban en la entrada, pero los miedosos se metían hasta el fondo. Un día de 1936 sonó la sirena que anunciaba el fin del ataque, volvimos del escondrijo y encontramos nuestra casa destruida por una bomba". Entre aquellas paredes desplomadas se había forjado la familia Solabarría Bilbao y discurrieron los primeros años de la infancia del que décadas después se convertiría en mito de las luchas obreras de la Margen Izquierda. Pero repentinamente, un proyectil alteró la convivencia familiar, encabezada por un trabajador de Altos Hornos procedente de Las Calizas (Gallarta), capaz de no refugiarse y cenar bajo la amenaza de una lluvia de bombas con tal de llegar puntual a su puesto de trabajo en la factoría:
"Se jugaba el pellejo por no jugarse nuestro pan", sentencia su hijo. Tras el derrumbe de aquel edificio -el único afectado en toda la calle Santa Maria durante la contienda-, la familia tuvo que mudarse a casa de una tía que residía en la zona del rompeolas de Santurtzi. Entretanto, la guerra prosiguió y las alarmas antiaéreas resonaban periódicamente en el cielo vizcaíno. Entonces, Periko y su hermana cambiaron las carreras por el Muelle Viejo en brazos de su madre Julia buscando refugio en el túnel, por el escondite entre los bloques de la escollera del Abra. "Nos metíamos entre los huecos que dejaban las Piedras -describe-. Decían que era seguro, pero si hubiera caído una bomba, todos hubiéramos muerto". Su estancia en Santurtzi fue temporal. A aquella mudanza le siguió otra a la travesía García Salazar de Portugalete, y otra más al número 14 de la calle Santa Maria, al edificio propiedad de Felisa Lambarri.
"De la casa de García Salazar también tuvimos que marcharnos porque la asoló un incendio, así que nos volvimos a quedar sin nada", recuerda Solabarría, quien destaca que todas las viviendas en las que transcurrió su niñez fueron en régimen de alquiler. "Después del incidente estuvimos durante unos días en casa de Marcelina, la única practicanta y comadrona que había en el pueblo y que vivía en la calle del Medio; luego nos instalamos en el primer piso del edificio de Felisa Lambarri".
La familia Solabarria-Bilbao permaneció en el número 14 de la afamada cuesta portugaluja de forma provisional, mientras reconstruían la vivienda afectada por el incendio. De aquella época el protagonista de esta historia recuerda "todas las cosas que nos daban cada vez que subíamos a casa de los Emaldi" -hijos de Felisa- y la oscuridad del piso que habitaban. Para cuando se instalaron nuevamente en su hogar, el padre de familia ya había fallecido tras once meses de convalecencia en una cama del hospital Santa Marina, victima de la tuberculosis. Periko Solabarria tan solo tenia nueve años.
En aquel tercer piso, Periko, su madre y su hermana convivieron con diferentes huéspedes a los que rentaban habitaciones que ayudaban a reforzar la precaria economía familiar. "Algunos solo dormían y otros solo comían. El caso es que por allí pasaron militares, ingenieros, médicos... gente muy importante, y mi hermana y yo teníamos que dormir sobre un colchón que cada noche colocábamos en el comedor. También teníamos un servicio pequeñito, pero para asearnos íbamos a duchas publicas", relata Solabarria, que por aquel entonces estudiaba en el colegio de los Agustinos, mientras su hermana lo hacia en las monjas de Santa Ana y su madre trabajaba de cocinera en Casa Vicente.
Sin ni siquiera intuirlo, la proximidad de su hogar a la iglesia Santa Maria marcaría el destino de este portugalujo, que durante años ejerció de monaguillo con el estricto párroco Monseñor Chopitea. 


Así las cosas y con tan solo once años, Periko Solabarria ingresó en el seminario de Gordexola En la década siguiente continuaría sus estudios sacerdotales en Bergara, Artea y Gasteiz, de donde salió con los hábitos puestos a la edad de 24 años.
En su etapa de seminarista, Periko regresaba al hogar materno durante las vacaciones. En esas breves estancias, su carácter enérgico y voluntarioso le llevó a organizar campeonatos de fútbol con los que la chavalería portugaluja disfrutaba infinitamente. Los encuentros se celebraban en "las canteras" posterior a la iglesia Santa Maria, sobre el solar del antiguo cementerio de Portugalete. Allí, 7 u 8 equipos conformados por jóvenes de barrios diferentes disputaban una competición en la que siempre se reservaba algún pequeño trofeo para los ganadores. "Se pegaban, se enfadaban, me chillaban a mi... pero en realidad el campeonato les motivaba tanto que incluso hacían fichajes entre calles", recuerda Periko, que asegura que de aquella experiencia salieron jugadores de fútbol excelentes.


1954 fue el año que marcó el desligue definitivo de este joven con su pueblo natal. Tras su ordenación como sacerdote fue destinado a los barrios de Triano y Las Calizas, en Gallarta, donde tomó contacto directo con la miseria y la explotación que envolvían el trabajo en la mina. "Permanecí allí hasta 1963, pero yo hubiera estado toda la vida, porque aprendí mas en ese tiempo que durante todos los años de internado. Daba todo lo que tenia, ropa comida, impartía mas clases que misa, trabajaba como ellos y logré que obtuvieran algunas mejoras, como por ejemplo, la luz eléctrica. Sin embargo, las condiciones de vida eran pésimas y yo regalaba mas de lo que tenia, así que al final enfermé hasta el punto de que me tuvieron que trasladar a la parroquia de Santa Teresa de Barakaldo antes de acabar moribundo", recuerda.
En su nuevo destino el sacerdote comenzó a compaginar su labor eclesiástica con el desempeño de un puesto de trabajo en la construcción del tren de laminación de Ansio, dependiente de la fábrica Altos Hornos de Vizcaya. Con la sotana a cuestas y la txapela sobre el casco, Solabarria se convirtió así en uno de los primeros curas obreros del Estado español y uno de los principales defensores de los derechos del proletariado. "Tuve que solicitar autorización al obispo Gurpide... No sabia que para trabajar había que pedir permiso", ríe mientras rememora la situación. Diez horas diarias de trabajo y dos años y medio después, el cura obrero se convirtió en peón de la construcción del puente Rontegui. Además, antes de acudir a su empleo, Periko también impartía clases de alfabetización de adultos en el sótano barakaldés en el que residía e impartía misas que "nunca" quiso cobrar a quienes se las encargaban.
Por entonces Solabarna conoció a Txabi Etxebarrieta y otros jóvenes integrantes de ETA, con quienes empezó a compartir opiniones y proyectos y a los que refugió en su propio hogar durante su huida de la policía. Este compromiso le llevó a comisaría en siete ocasiones y le condujo a la cárcel de Zamora en otras dos.
En 1981, Solabarria fue detenido nuevamente por su participación en los actos de protesta contra la visita del rey español a la Casa de Juntas de Gernika.
Desde el inicio de la democracia, este militante histórico de la izquierda abertzale ha pasado por diferentes cargos políticos, entre los que figuran los puestos de diputado en las Cortes de Madrid, concejal en el Ayuntamiento de Barakaldo, diputado en las Juntas Generales de Bizkaia y miembro de la Mesa Nacional de Herri Batasuna. Pero sin duda, su paso mas decisivo fue el distanciamiento de la Iglesia. Lo hizo lenta y discretamente hasta que "un buen día me encontré viviendo con mi compañera Begona". Fruto de esa relación, Periko disfruta de tres hijos.



1 comentario:

  1. Muy buenos el artículo y las fotografías sobre Periko.

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