Uno de los
oficios ejercidos tradicionalmente en los siglos pasados por mujeres fue el de
horneras o panaderas, que ya desde las primeras Ordenanzas de la Villa vemos
que gozaban de escaso reconocimiento.
Cuando en 1823 Francisca llegó a la Villa procedente
de Baracaldo, viuda, con una hija de 14 años y un hijo pequeño, para ejercer
como panadera ya había en sus calles otras seis panaderías. Se instaló en el
cantón de Santa Clara, que iba desde la
botica hasta las Taranzanas y la Barrera, donde al final del mismo tenía su
horno Francisca Galíndez con su hija. Las demás panaderías estaban en el Muelle
Viejo, en el Cantón de Carnicerías, en la calle Santa María, en las Taranzanas
y bajo los Arcos, pudiéndose constatar que de las siete cuatro estaban regidas
por viudas.
Ella fue víctima de una costumbre que sufrían las
viudas que volvían a casarse, algo que estaba mal visto en las mujeres, como
eran las “cencerradas”. El domingo 9 de junio de 1833 se habían
leído en la misa mayor las proclamas para contraer matrimonio ella con Pedro de
Carranza, y al
anochecer sufrió en la puerta de su casa la “cencerrada” con gentes que
portando sartenes, panderos, cencerros y metiendo ruido con cuernos,
les insultaban. Como en la puerta de la panadería tenía leña para su horno le dieron
fuego y arrojándoles piedras, produciéndose una verdadera algarada con
enfrentamientos y agresiones. Cuando llegó el alguacil, hacia las once de la
noche todos habían desaparecido.
Francisca llevó a juicio a cuatro de los principales
protagonistas, que fueron condenados por el alcalde a 4 ducados cada uno, o pasar 4 días de reclusión en la cárcel
pública. Quizás la repercusión de este pleito y
las amenazas del alcalde ayudaron a que desapareciera definitivamente esta
costumbre.
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