jueves, 22 de diciembre de 2022

RECUERDO DE PORTUGALETE de CESAR GONZALEZ RUANO en 1950

 


Un artículo de Juan de Hernani sobre las fiestas de Portugalete me aviva en la memoria que por ahora hace un año que fui allí para pasar unos días y me quedé casi dos meses en aquel hotel gracioso de los Mendiguren en cuyo café escribía mis artículos.

Dice Juan de Hernani que de Junio a Octubre todos los días son de fiesta en Portugalete y es verdad. ¡Que me lo digan a mí que tuve un balcón sobre la plaza y no había manera de dormir con la música, absolutamente permanente, en cuanto anochecía y exaltada por los poderosos altavoces! También habla el cronista del enorme programa de festejos de este año, con poesías de Julio Gutiérrez Lumbreras, a quien yo dediqué un artículo señalándole como un buen tipo modernista -generación modernista, entiéndase bien- con cierto parecido temático y de expresión a José del Río Sainz, el santanderino que tan certeramente cantó la ría de Bilbao.

Portugalete aun en quienes nos pasamos media vida viajando deja un fino y fuerte recuerdo. Tiene un gracioso señorío y en ella la ría industrial y poblada, se despeja momentos antes de llegar a Santurce. La ría, con el elegante paseo de hoteles frente a la otra ribera de Las Arenas, es una delicia que tal vez vemos mejor los forasteros con ojos menos acostumbrados. Y el corazón de la villa es delicado y amable. A mí me gustaba por las tardes subir por sus calles y junto a la torre de los Salazares ganar el mirador de la prodigiosa iglesia. Luego volvía al café y luchando con la música que ya tronaba en la plaza me ponía a leer o a escribir. Allí leí el libro de Ciríquiain Gaiztarro sobre Portugalete y me divertía con sus disquisiciones sobre las villas que fueron balleneras. Parece que Portugalete no pescó nunca ballenas, aunque llegaban hasta la altura de sus calles. Todo no lo había de tener.

Entre las fiestas, algo impresionante era lo del día de las «vaquillas» que soltaban por la bajada de San Roque. En la farmacia donde yo iba al día siguiente a comprar penicilina, había un caballero muy serio, lleno de chichones y esparadrapos, que, por lo visto, había intervenido en el encierro y recibido considerable paliza, de la que estaba muy orgulloso. También vi otro día cucañas en la ría y un concurso de trajes en la plaza, creo que para premiar el traje más económicamente confeccionado. Las chicas, muy peripuestas, desfilaban por una pasarela que salía del quiosco de la música. A los dos lados habían instalado sillas y la plaza estaba llena de gente.

Pero lo para mí curioso en Portugalete era que, sin necesidad de «atracciones», cada día tenía un aire comedido de fiesta y aquel carácter mixto de cosa aldeana y de prolongación elegante de la ciudad próxima, que a los de fuera nos parecía un misterioso y probablemente no intencionado encanto, y que antes de Portugalete, viniendo de Bilbao en tren, no tenían las demás villas.

Ha danzado uno mucho en esta vida y conocido bastante bien Europa, y en Portugalete se comprendía que sería fácil quedarse, tal vez por aquel perfil un poco mixto que tenía y por lo elegante que era al no querer serlo y por la suave melancolía que andaba en todas sus cosas.

Es el País Vasco, milenario en paisaje y plural en bellezas, raro es el pueblo aldeano o marinero que no tiene una natural belleza y un bien entendido modo de vivir, que comienza por la inteligente y general norma en Vizcaya de no cultivar -antes al contrario - el turismo que pueda pretender algo más que el discreto y rápido paso. Conozco rincones deliciosos y villas de gran carácter No las vamos a echar a reñir con Portugalete desde un artículo. Es bien probable que Portugalete no sea un lugar indicado para hacerse la casa que puede hacerse en otros sitios de Vizcaya; pero siempre tuvo para mi un encanto difícil de contar y de cantar. Es posible que este encanto resida en un cierto hermetismo y en ese no hacer nada directo para agradar por el lado fácil.

 Sí, quizá sea eso.

CESAR GONZALEZ RUANO
Hierro 1950



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