Este tema que ya recogimos en nuestro libro, Portugalete en las dos primeras décadas del siglo XX (pág 285) lo recoge EL CORREO del 27/11/2022 con la firma de CARLOS BENITO.
El día de Todos los
Santos de 1908, en Portugalete, el carabinero Agapito Zorrilla mató de un tiro
de fusil a su sargento Francisco Mendoza. Fue un suceso confuso e ilógico, una
reacción desproporcionada que nadie acabó de entender. Agapito, natural de
Carranza, era un veterano que llevaba veintiocho años, ocho meses y veinticinco
días de servicio en el cuerpo, sin insubordinaciones ni incidentes violentos en
su historial. ¿Qué había dado lugar a aquel arrebato homicida? Al parecer, el
carabinero había acusado a un cabo de robar combustible, pero después no se
reafirmó en la denuncia y le cayeron unos días de arresto. El sargento Mendoza,
gaditano, se enfadó con él y le llamó «canalla». Y Agapito, desencajado y fuera
de sí por el insulto de su superior, le descerrajó un tiro a bocajarro que le
destrozó la cabeza.
(El suceso tuvo lugar a la entrada de la estación
según arca una cruz en la foto de la derecha)
En ese momento se puso en
marcha un siniestro reloj. El guion ejemplarizante ante un crimen como aquel
estaba prefijado de manera muy clara: consejo de guerra sumarísimo y ejecución
del reo lo antes posible. El caso apasionó a la sociedad vizcaína, que estuvo
pendiente de las nueve últimas jornadas del carabinero Zorrilla con
sentimientos combinados de compasión y espanto, además de cierta fascinación
morbosa. La prensa se dedicó a registrar las rutinas del prisionero con una
atención al detalle casi científica, mientras diversas instituciones
(ayuntamientos como los de Bilbao y Barcelona, la Diputación, la Cámara de
Comercio, el Círculo Republicano...) suplicaban un indulto que nunca llegó.
Todo el mundo en Bizkaia
estaba enterado de las circunstancias personales de Agapito Zorrilla, casado
con una logroñesa y padre de dos niños: el mayor, de 7 años, presentaba una
discapacidad intelectual, mientras que el pequeño, de 5, había perdido la
visión de un ojo. Su esposa, Juana, estaba en aquel momento embarazada del
tercero. A través de la exhaustiva información de los diarios, el público se
familiarizó también con la vida y el entorno del detenido durante su breve
encarcelamiento, primero en la Comandancia de Carabineros (en la calle Ercilla
de Bilbao), después en la prisión de Larrinaga y finalmente, de vuelta en
Portugalete, en el fuerte de San Roque, donde fue finalmente ajusticiado.
La prensa contaba a qué
horas se despertaba y se dormía el reo, qué visitas recibía, cómo variaban sus
estados de ánimo y qué menús le iba sirviendo en la celda sor Dominica,
superiora de las Hermanitas de la Caridad: por ejemplo, el 4 de noviembre comió
sopa, dos huevos pasados por agua, merluza y un vasito de vino generoso.
Agapito, que de joven iba para cura y después había trabajado de practicante,
pidió específicamente un jesuita como confesor, y con ello entró en escena el
padre Dávila, que le acompañó y consoló hasta el último momento. Con talento
para el drama, aquellos reportajes iban reflejando en paralelo las esperanzas
que el carabinero tenía puestas en el indulto y cómo esa posibilidad se
presentaba cada vez más remota: hubo un momento terrible, después de que el
Gobierno denegase el perdón, en el que Agapito Zorrilla debía de ser la única
persona en Bizkaia que ignoraba su destino inexorable, ya que sus guardianes
decidieron ocultarle la noticia. «Confío en Dios y bien sabe que, si lo deseo,
es por librar a mis pobres pequeños de la afrenta en que los ha metido su
padre», decía el carabinero.
«Un
degenerado»
Varias voces defendieron
públicamente la tesis de que Zorrilla estaba loco. Así lo creía, por ejemplo,
el médico Aldecoa, que lo sometió a un reconocimiento: «A ello me inclina
también su herencia fisiológica, pues, de dos hijos que tiene, el mayor es
idiota y el segundo, muy enfermizo», sostenía el doctor. El exdiputado Enrique
Ortiz de Zárate, que había conocido al detenido el verano anterior, opinaba lo
mismo: «Saqué en consecuencia que estaba completamente loco, padeciendo manía
persecutoria». Y el propio redactor de 'El Noticiero' describió así su
apariencia durante el consejo de guerra: «A simple vista se ve que se trata de
un degenerado (...). Anda encorvado, su mirada es extraviada y solloza y llora
maquinalmente. La impresión en la sala es unánime: se trata de un loco».
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