Publicado en el blog de Félix G. Modroño el 6 de mayo de 2009:
Los fuertes vientos y las abundantes
lluvias, que bajaban impetuosamente por unas calles sucias e insuficientemente
empedradas, no contribuían a cuidar la salubridad de los portugalujos, que se
mezclaban con los marineros de los barcos que frecuentaban el puerto. Muchos de
ellos gentes de mal vivir que aprovechaban sus estancias en tierra para visitar
tabernas y burdeles clandestinos, donde se gastaban el salario y buscaban
desahogo a las represiones acumuladas durante meses en altamar. (Muerte dulce,
página 88)
Mucho ha cambiado Portugalete desde
su creación, allá por 1322, cuando lo componían tres largas calles empinadas
atravesadas por estrechos cantones, a pesar de que aún conserve aquel trazado
medieval… y mucho ha cambiado desde aquellos años setenta de mi niñez. Hoy es
una villa moderna, agradable y limpia. ¡Con rampas metálicas en plena calle
para subir las cuestas! Es una delicia pasear por el Muelle de Churruca con el
jersey anudado sobre los hombros (como mandan los cánones) y dejarse acariciar
por la brisa de la ría abandonándose al mar. Nunca me cansaré de contemplar el
Puente Colgante.
Atrás quedaron la contaminación y
los cielos rojizos de los febriles años industriales. Aquellos años en los que
se forjó mi personalidad en esta apacible villa proletaria de la margen
izquierda.
Para mí Portugalete es sinónimo de evocación:
los partidos de baloncesto en el patio del Colegio Santa María, nuestro quinto
piso sin ascensor de la calle Ortuño de Alango, las palmeras de coco y los
bollos de mantequilla de la tienda de Cristi, las maravillosas vistas al mar
desde la casa de mi amigo Agustín, el olor de los libros de la Biblioteca
Municipal, las monedas antiguas que me regaló el abuelo de Infante, los
futbolines de Santos, los cortes de pelo en la vieja barbería de General
Castaños, las visitas a mis tíos y sus nueve hijos en Repélega, los juegos en
la plazoleta donde Íñigo tiraba de la coletas de Merche como único modo de
demostración de afecto, las salidas al monte, el coro de la capilla, los
uniformes de las chicas de El Carmen, las redacciones de don Ángel Alonso, las
lecciones de sexualidad del “padrecito” Llanos –jesuita para más señas-, el
nacimiento de mi hermana Cristina y su bautizo en la preciosa Basílica de Santa
María, la música de Supertramp, los jeriguays en los guateques del colegio,
Grease en el cine Java, las mañanas dominicales en el Parque de los
Monos…
… podría seguir, pero sé que no hace
falta porque quien más quien menos tiene su Portugalete.
No hay comentarios:
Publicar un comentario