Continuamos hoy el resto del artículo de ayer de Dani Docampo, recogiendo bajo esta fotografía de la playa de Hauser y Menet de 1892, con la foto de Eduardo Muñoz, que nos visitó un año después, sus impresiones sobre nuestra Villa:
Todo aquel guirigay metálico contemplado en el viaje en tren desde Bilbao a Portugalete se esfuma en “un recodo del camino [que] hace cambiar bruscamente la decoración. El horizonte, manchado más debajo de tonos grises sucios, aparece ya limpio, azul, esplendoroso. A la izquierda, una línea de coquetones hoteles acaba en la playa de Portugalete; a la derecha, las casetas de la playa de las Arenas semejan un ejército en correcta formación. Enfrente, el mar inmenso y rumoroso; espejo de un cielo sin nubes, envía con galante mansedumbre rizadas ondas hasta la menuda arena. Las cabezas de los bañistas asoman como puntitos negros sobre la blanca e inquietante espuma de las aguas. La brisa trae rumores alegres de carcajadas y retozos juveniles.
Poco a poco, el sol, como inmenso bloque ardiendo de los que dejamos atrás, va cayendo sobre las olas. Su último destello tiñe el mar de un matiz anaranjado.
Allá, en el límite, asoma un barco. Parece una golondrina vista desde el muelle Churruca, especie de lanceta agudísima que sangra al monstruo; más cerca, una bandada de gaviotas pasa dando graznidos y se refugia en las peñas.
Es de noche. El rumor del mar es más majestuoso y terrible. A la espalda ha quedado la ciudad con su vida agitada y turbulenta de población inglesa. La orilla izquierda del Nervión parece un volcán enviando incesantes llamaradas a las nubes. Desde la balconada inmensa del muelle, contemplando el parpadeo eterno del salvador faro, se experimentan hondas e inexplicables nostalgias, afanes extraños que espolean el ánimo, tristezas amargas y desesperadas que hacen desear en algún momento de calenturiento desvarío o no sé si de perfecta lucidez, que las olas empujen todo aquel científico armatoste y nos lleven lejos de los aturdidores ruidos del mundo, lejos de las luchas, de las miserias, de las quimeras de los hombres, allá hasta la línea del horizonte donde el mar y el cielo se funden en un solo azul libre de impurezas, dándose un abrazo infinito”.
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