viernes, 29 de marzo de 2019

LOS GUARDA VIÑAS PORTUGALUJOS EN LA ÉPOCA DE LA VENDIMIA





Antiguamente cuando la sociedad era poco urbana y muy rural, era necesario que hubiese un equipo de vigilancia de los montes, campos, heredades y viñas, o sea guardas de campo, y en Portugalete a partir del siglo XVII encontramos que anualmente se designaban dos personas como guardias de viñas y heredades. Su cometido específico era el de imponer multas pecuniarias a todos aquellos que introducían ganado a pastar, y estropeaban las plantaciones de viñedos y otros cultivos campesinos. Estos guarda viñas que desaparecerían al entrar el siglo XIX tenían un carácter temporal o temporero ya que se encargaban de la vigilancia desde finales de julio, hasta que se terminase la vendimia.

La anécdota siguiente, netamente jarrillera, la extrae Roberto Hernández Gallejones del expediente de un pleito de 1784 y nos confirma su existencia en esos años.

Fue el mismo alcalde Domingo Antonio de Elorduy quien en el mes de setiembre en la zona de viñedos junto al camino hacia Santurtzi a la entrada de Abaro, vio como varios chicos se encontraban sobre una cerca con unos palos para robar la uva de los cestos a las mujeres que se realizaban tales labores.

Las mujeres que se dedicaban con cestos a la vendimia se le quejaron “tanto en el robo de la uva, cuanto que solían hacerlas caer con dichos palos”.

El alcalde llamó al guarda viñas José de Masustegui, y le ordenó que retirase a los muchachos que pululaban por allí, robando uva de los cestos “al tiempo que pasaban desde lo alto de las zercas donde subían, haziendo muchas vezes caer a las mujeres que lo conduzian”.

El guarda obedeció con toda exactitud las directrices de alcaldía que fijadas en edictos prohibían coger la uva sopena de dos ducados y ocho días de cárcel, y sin tener que intervenir hizo que desaparecieran de allí.

Uno de los chavales José María de Loredo, hijo de Antonio y de María Antonia de Loredo, fue a contarle la actuación del guardia a su madre quien montó en cólera y con notorio escándalo empezó a prorrumpir contra el honor del alcalde, pues no tenía que decirle nada a su hijo. No le importaba que la metiera en la cárcel, pues como al alcalde solo le quedan tres meses en el cargo, ya la sacarían después.

Parece ser que fue ella la que había mandado a su hijo con un cántaro a que cogiera uvas para conseguir “un barril de bino”, ya que ellos sin tener viñas hacían txakoli.

El alcalde ordenó el ingreso en la cárcel de la acusada, y que se la embargasen todos sus bienes.

Ya en la cárcel aun reconociendo que había actuado “con alguna altivez de modos” decía que no había pronunciado las injurias contra el alcalde que se le atribuían y que tuviera en cuenta que era una pobre mujer, con su marido ausente, que se tenía que valer de su trabajo e ingenio para salir adelante, sobre todo para la manutención de su hijo, obligándose a pagar voluntariamente las costas del pleito.

El 30 de septiembre de 1784, el alcalde, atendiendo a la situación de desvalimiento y pobreza de la encausada, la condenó a que pagase solamente las costas manifestándole que en lo sucesivo se abstuviera de “cometer tales escesos”. En esta ocasión no recibiría el “condigno castigo”, y “se dispensaba el delito”.










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