martes, 24 de agosto de 2021

PORTUGALUJOS POR EL MUNDO: PIRATAS Y NAVEGANTES (3)

  


Finalizamos hoy de trascribir los diversos fragmentos (se nos coló el cuarto ayer) de la conferencia de Oscar Álvarez Gila titulada De Portugalete al Caribe, que ofreció en el Hotel de Portugalete en 2004: 

Pero llegó un momento en que la conquista americana tocó a su fin. El dominio europeo de las Américas se convirtió en algo irreversible, con los españoles asentados desde Florida y California hasta la Patagonia –por cierto, haciendo una acotación, conviene recordar que fue igualmente un portugalujo el primer europeo que llegó a California y la bautizó con este nombre–. El desarrollo de la conquista también tuvo sus efectos para Cuba, y en general para las Antillas. Desde que los conquistadores pusieron pie en el continente, y una vez descubiertos y conquistados los antiguos imperios mexicano y peruano, y otras regiones bien pobladas de indios y de riquezas, el Caribe quedó casi despoblado.

Nadie quería ir a estas islas, demasiado cálidas y en las que las oportunidades de riqueza eran muy pocas, comparadas con la posibilidad de hacerse minero de oro y plata en Zacatecas o Potosí, obtener una jugosa hacienda con sus indios encomendados en Perú, ser un potentado mercader de Lima o México, o conseguir algún cargo o merced en la recién implantada administración indiana. Todo era mejor que quedarse en unas tierras sin oro ni horizontes.

Algunos, como aquel comerciante Sancho de Salazar que –según recoge Jon Bilbao– llegara en 1506 en su nao San Juan Bautista para dedicarse al comercio ultramarino entre Europa y América, optarían por trasladar sus bases y llevar el negocio a Veracruz, en las puertas de México.

Otros en cambio, optaron a pesar de todo por permanecer en Cuba, donde ya se habían situado y habían conseguido un puesto digno en la sociedad; como el matrimonio formado por Lope de Arrereta y María Sánchez, ambos naturales de Portugalete, que fallecerían en La Habana en 1546, dejando unos pequeños legados para su familia, todavía residente en la villa. Pero éstos fueron los menos.

Y llegó así una fase de decadencia para Cuba. Decadencia que sólo fue aliviada por la posición estratégica de la isla. Todas las comunicaciones entre España y América se hacían a través del Caribe, y el puerto de La Habana se convirtió en paso obligado de todas las flotas mercantiles que iban y venían desde y hacia Sevilla, punto desde donde se centralizaba todo el comercio con América. Mientras las Antillas menores se convirtieron en bases de otras potencias europeas, desde donde se atacaban los convoyes, Cuba devino en una gran fortificación, y un gran astillero. Dentro del sistema imperial, Cuba era una especie de gran portaaviones inmóvil, desde el que controlar y proteger el paso de los barcos hacia Veracruz o Cartagena de Indias. Comenzaba la época de los piratas del Caribe, y de las batallas por el dominio de este mar.

Piratas, bucaneros, corsarios... por todos estos nombres son conocidos, y a veces confundidos entre sí, como si fueran la misma cosa. En términos legales poco tenían que ver un corsario, que atacaba y atracaba naves enemigas en nombre de un país o un rey, con un pirata que no tenía otra ley ni bandera que su propio beneficio. Pero en la práctica, sus efectos eran similares. Desde la Tortuga, Jamaica, las Bahamas y otras islas menores, los piratas partían como enjambres de mosquitos que, veloces, se lanzaban al ataque de los flancos más débiles de las gigantescas flotas españolas, haciéndose con alguna presa, y debatiéndose luego en rápida retirada con su botín. Muchos eran los perjuicios que de esto obtenía la corona española, de ahí su interés notable por contrarrestar sus efectos.

Hubo muchos y muy conocidos piratas vascos, de uno y del otro lado de los Pirineos y también fue Portugalete puerto de aprestamiento de corsarios, aunque su ámbito de actuación fue más modesto, pues fundamentalmente hacían presas en el mar Cantábrico y zonas aledañas. Pero de esta experiencia, surgieron capitanes que, por el conocimiento adquirido de la lucha en la mar, acabarían militando en el otro bando, en el de los defensores de la Armada española contra los ataques piráticos. Euskal Herria fue, de este modo, cantera de numerosos y conocidos capitanes, contramaestres y almirantes, de renombre en acciones en territorio americano. Y entre ellos, también hubo un portugalujo sobradamente conocido: Martín de Vallecilla, que pertenecía a una familia de marinos, y desde muy joven había participado en diversos hechos de armas, por el Atlántico.

Pero su fama la obtendría cuando, en 1629, recibió órdenes secretas en alta mar para expulsar a los ingleses de las Pequeñas Antillas. Lo de recibir órdenes secretas era algo habitual, teniendo en cuenta que existían espías en los principales puertos, que avisaban de todo gran movimiento de flota y de los rumores que corrían sobre su destino.

De todos modos, hay que reconocer que esta acción, como otras muchas tantas, de poco sirvió en sus objetivos últimos. Pensar lo contrario sería absurdo, y que mientras siguiera existiendo el atractivo del oro y la plata americanos, las Antillas seguirían atrayendo a sus costas a gentes dispuestas a hacerse con sus riquezas, al precio que fuera, y la piratería siguió existiendo, imperturbable, rehaciendo sus bases en respuesta a cada victoria hispana. Sólo un cambio en la concepción de lo que era la riqueza podía poner fin al periodo de los piratas del Caribe.

 

 


 

 

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