miércoles, 25 de agosto de 2021

UN RECUERDO DE PEDRO HEREDIA DE SU MADRE


Ya son muchos los años trascurridos desde que ocurrió este suceso. Mi madre había quedado viuda y sin recursos económicos. Para mayor desventura le quedaron ocho criaturas pues el mayor de los hijos contaba solamente doce años.

En el mayor desamparo acudió con sus cuitas ante quien llevaba en la Villa la vara de figurón mayor, todavía en manos de la aristocracia, pues las figuras minero-fabriles, que regirían posteriormente sus destinos, se hallaban por aquel entonces en embrión.

La respuesta del alcalde ante su petición angustiosa de una pequeña protección del Ayuntamiento, (no de su peculio particular) fue brutal y descorazonadora.

-¡Qué culpa tengo yo, señora, de que usted tenga tantos hijos!

-¡Qué le voy a hacer yo señora!

-¡¡Los mete en un saco y los tira al agua!!

Lo de señora, señora, no encajaba bien dentro de tanta brusquedad; pero vaya una solución. Era la propia de un navegante en corso, con bandera negra y calavera.

Mi madre que había tenido la mala suerte de nacer en el infortunio, se había acercado en aquellos momentos de su mayor angustia a aquel munícipe, sin saber que sus consejos se inspiraban, poco más o menos, en la teoría de Herrodes I, (aunque aconsejaba cambiar la degollación por la asfixia en las aguas de la ría del Nervión, tan cantadas por los vates populares) por lo que no esperaba semejante respuesta.

-¡Tirar a sus hijos al agua dentro de un saco! ¡Eso jamás! ¡No los tiraría, no!

Esa fue la firme voluntad de lucha de mi madre. Bendita sea.

Había en la Villa otras personas, por su ministerio más cercanas a la bondad, ante las que poder acudir en trance tan desesperado, y así mi pobre madre se acercó al señor arcipreste, a quien contó con todo detalle su entrevista con el alcalde.

El señor cura se quedó un momento pensativo. Después, elevando su voz, exclamó:

-¡Para haberlo dicho ese animal, no es mucho!

Luego, meditando una solución, en tono paternal, exclamó:

-No te apures, María, que todo se arreglará con un poco de buena voluntad.

Y a partir de estas esperanzadoras palabras del señor cura, comenzó para mi madre el calvario de su rudo trabajo, hasta con un poco de coraje, se si quiere, de ese coraje estimulante de su propia alegría, -filosófica alegría- para seguir luchando lo suficiente para que con su esfuerzo y las pequeñas ayudas aportadas por las buenas personas, que nunca faltan en este valle de lágrimas, su prole fuera desarrollándose hasta alcanzar la edad suficiente para hacerse jornaleros, que para nosotros fueron los doce años, como ordenanzas repartidores de telefonemas. Después, al cumplir los catorce, a la Vizcaya.

Ya ves, querido lector, cómo el que este librejo exista se lo debemos a la voluntad de mi madre, al no haber seguido el consejo de tan terrible alcalde. ¿Qué habría sido de nosotros y de todos los niños pobres de la Villa, si sus madres habrían acudido a él en suplica de apoyo económico con que mitigar su desventura y dispuestas a obedecer sus terribles consejo?

Vaya un paño de lágrimas que tendría la alcaldía en aquellos tiempos. Era un paño que se lavaba con el agua salobre de las lágrimas de las madres pobres, no con aquella de la ría, en la que aquel Herodes aconsejaba zambullir las penas de sus afligidos convecinos.

PEDRO HEREDIA (1903-1987)
CANCIONERO PORTUGALUJO
A manera de prólogo
Febrero 1962

 

 

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