Hoy nos hacemos eco de la campaña que ha lanzado la
Asociación de Amigos de la Basílica para salvar a nuestro malherido órgano,
orgullo de la Villa.
En los últimos conciertos realizados en el templo,
los organistas invitados, así como nuestro organista oficial, han constatado de
forma unánime, los deterioros que este majestuoso instrumento viene padeciendo.
Hay que tener presente que se trata de un órgano
fuera de lo común, instalado en 1903 y que continúa funcionando con todos sus
elementos originales, piezas de meticulosa artesanía y un prodigio de
ingeniería para la época de construcción. Toda su estructura de 2.284 tubos, 37
registros con tres teclados de 56 notas y pedalero de 30, es la obra de arte
que el francés Henri Didier concibió para Portugalete hace ya más de un siglo.
Es una pieza única.
Todos los organistas que lo han utilizado destacan
que su sonoridad no tiene parangón entre los órganos románticos y sinfónicos de
la Península. Es una joya. Lo mejor de lo mejor.
De los 58
instrumentos románticos construidos por la organería francesa en el País Vasco,
16 constan de un solo teclado, 35 tienen dos teclados y el llamado gran órgano,
que consta de 3 teclados, está representado por 7 ejemplares: el Cavaillé-Coll
de Santa María de San Sebastian; los Cavaillé-Coll de Azpeitia y Azcoitia; los
casi gemelos de los Hermanos Stoltz en Tolosa y Bergara, el Henri Didier de
Santa María de Portugalete y un híbrido Cavaillé-Coll - Puget - Mutin, en San
Vicente de San Sebastián. El de la Basílica de Begoña es de dos teclados.
Hoy asistimos inermes al deterioro de una pieza
histórica que siempre ha engrandecido a Portugalete, lamentando que la
indiferencia vaya depositando su polvo fino sobre los teclados, una dolorosa apatía
que lo arrastrará a la ruina y al olvido si no somos capaces de devolverle su
histórica prestancia.
Se trata de un ejemplar histórico, una obra de
minuciosa ingeniería, de piezas originales de 1903, instalado en un templo que
es Bien de Interés Cultural, con categoría de Monumento.
Una genial obra de arte se está consumiendo ante
nuestra indolente mirada y hay que tener presente que no somos propietarios
sino usufructuarios de las obras de arte que nos ha legado el pasado y que
tenemos el deber de transmitirlas intactas a las generaciones venideras.
Ya hace días que Javier García-Borreguero nos había
recordado este tema en un artículo que para los interesados se puede consultar
en la Biblioteca Digital Portugaluja.
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