sábado, 13 de enero de 2018

EL RELATO DEL FIN DE SEMANA: PASEANTES




Abuelo y nieto, paseaban por la playa de Portugalete, el Salto, nombre perdido en la historia de nuestro pueblo y en ese sereno caminar, que irradiaba cariño y vida, el abuelo contaba historias de la ría: de la barra y de los encallamientos, causados por los movimientos de la arena del fondo fluvial, de las gabarras que, tiradas por animales -y a veces por mujeres-, desde el camino junto a la ría, en la margen derecha, permitían hacer llegar las mercancías a Bilbao cuando la ría estaba cerrada por los lodos o por naufragio, de los personajes que prevalecían en las conversaciones del portugalujo de la calle, de los edificios que se perdían para siempre por mor de la burbuja constructora, del viejo Teatrillo -que aún se mantenía en pie- y del vecino que hubo enfrente, el antiguo astillero de Astondoa,... y más, y más.
Yo soy aquel nieto y sé que las arenas que pisábamos casi sesenta años atrás, serían holladas por la maquinaria de excavación para construir una piscina, dos, tres,... y hasta una escuela de náutica civil. Da un poco de grima. 
Y soy consciente de que esos paseos, ahora con mi nieto, ocurren en otro lugar, no allí. Y ahora, también, como yo, el niño pregunta y sé que mi voz debe aportarle conocimiento, buenos recuerdos y experiencias, como hacía mi abuelo, si.
A la orilla de la mar, pisando arena, cantos redondeados, cristales sin brillo ni filo procedentes de botellas abandonadas y rotas por el oleaje,... revolviendo entre las piedras y atrapando cangrejos, curioseando los corales negros y los movimientos de las estrellas de mar, tocando las púas de los erizos, recogiendo mejillones, lapas,... y entre todos eso, una inmensa amalgama de brillantes conchas rayadas, cáscaras de magurio vacías,... y en medio de todo eso, hay tiempo para una avalancha de preguntas.
Pero, siguiendo el paseo cierto día, el niño, mi nieto observa diversos leños y troncos y palos vegetales que va tomando entre sus manos. Sin decir nada, cuando ya no le caben más entre los brazos, deja de caminar como preguntando ¡ y ahora ¿ qué ? !, ya no me caben más.
Yo había hecho lo mismo y apliqué el mismo ejemplo que viví años atrás, hacia 1960, en la playa de Portugalete.
Mi abuelo - ¿Qué haces?
Yo - Cojo leña para la cocina
Mi abuelo - Llevas mucho, ¿ya no puedes coger más? 
Yo - No.
Mi abuelo -Hay que tirar algunos, que están sucios de galipó, pero... ¿porqué no le dices a la mar que te guarde los limpios?
Yo -¿Se puede? ¡Bah, no, se mojarán!
Mi abuelo -Tú, déjalos en la orilla y díselo a las olas.
Yo -Bueeeno. Me los guardáis, ¿eh?. 
Y, sin esperar respuesta, dejé el manojo de leña.
Con las manos sucias, seguí cogiendo troncos, que abundaban más en la orilla del Paseo de la Punta. Cuando el manojo tomaba buen tamaño, lo dejaba junto a las olas y les decía:
Yo -Me los guardáis, ¿eh?.
Tras unos cuantos montoncitos, me dijo. 
Mi abuelo -Habrá que limpiarnos la arena y volver a casa. El galipó te lo quita tu madre con aceite.
Yo - Bueeeno.
Ya junto al pretil, mientras frotamos la arena:
Mi abuelo: ¿Le has dicho a la mar que te devuelva la leña bien seca?
Tuve que volver junto a la espuma de las olas y, juntando las manos en tono a la boca, decir: 
Yo - ¡¡Y me los devolvéis bien secos!!  
De nuevo junto al pretil. 
Mi abuelo -Venga, ve acabando que el Serantes ya tapa el sol. Se hace hora de cenar.
Eso ocurría hace unos cincuenta y cinco años, pero, ahora, en tiempo real:
Yo - ¿Qué haces?
Mi nieto -Cojo leña para la barbacoa.
Yo -Llevas mucho, ya no puedes coger más.
Mi nieto -Si, si me ayudas.
Yo -Vale, lleva los palos a la orilla, los dejas junto a las olas y le dices a la mar que te los guarde.
Mi nieto -¿Se puede?,¡ bah !, no, que se mojarán. ¿No me los llevas tú?
Yo -Y mejor, ¿porqué no le dices a la mar que te la devuelva bien seca, que es para la barbacoa de aita?
Mi nieto -¡Vale! ¿Oye, me devolveréis los palos bien secos, por favor?
Todo esto no quiere decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, no. Simplemente, que el mundo da muchas vueltas sobre lo mismo.
Martintxu



2 comentarios:

  1. Enternecedor y lleno de sabiduría, como sólo un aitite sabe hacerlo, me temo.

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  2. Emocionante y enternecedor. Acaso las formas de vivir vayan cambiando pero, en el fondo, siempre late la complicidad y el cariño entre nietos y abuelos en aquellos casos que han sido capaces, o han podido, mantener la importancia de los vínculos familiares. No nos olvidemos aquello de que "para educar a un niño hace falta toda la tribu".

    Enhorabuena, hermano.


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