Juan José Conde-Pelayo (1847-1922) estaba
obsesionado con los microbios y no usaba pañuelos de tela, sino de papel de
seda que encargaba en la Papelera Española. Así encabeza su artículo JOSÉ JAVIER GÓMEZ ARROYO en la edición de EL CORREO de ayer 5 agosto 2019.
Los pañuelos de papel
son invento moderno y casi un imprescindible en nuestras vidas. Y no, no los
inventó un personaje extranjero sino un médico nacido en Vegas de Pas cuyos
restos descansan en Portugalete, donde fue médico durante muchos años y se
convirtió en un personaje muy querido porque ejercía casi al estilo Robin Hood.
Se trata de Juan José Conde-Pelayo (Vega de Pas 1847-Portugalete 1922). En
aquella época, la medicina no era gratis, sin embargo, Conde Pelayo solo
cobraba a los ricos. Cuando alguien sin recursos necesitaba de sus servicios le
atendía sin pasarle ninguna factura.
Dicen las crónicas de
la época que estaba dotado de una asombrosa capacidad retentiva que despertó
gran interés entre la comunidad científica de la época. Recitaba de
memoria largos discursos políticos que no necesitaba leer más de una
vez y se aprendió 'El Pitágoras o libro de cuentas ajustadas', un tratado por el
que buena parte de Europa se rigió en la conversión de pesos y medidas hasta la
invención de las calculadoras en los años 50 del siglo pasado.
Prácticamente toda su
existencia transcurrió en Portugalete. Su madre se mudó a la villa jarrillera
junto a él y montó un pequeño negocio de telas. Con lo que sacaba de él,
procuró la educación necesaria para que el pequeño pudiera estudiar. Además de
médico allí, fue profesor de matemáticas y catedrático de Metafísica en
la Universidad Central de Madrid y en la que poco después obtendría la
cátedra de Metafísica. También ejerció como secretario particular del que fuera
presidente de la I República, Nicolás Salmerón. Asimismo, fue uno de los
primeros estudiosos y defensores del esperanto.
Entre todas estas
sabidurías fue quizá la medicina y la cirugía las que le hicieron popular entre
las diferentes clases sociales vascas. Para las más acomodadas, por su
prestigio. Para los pobres, por su humanidad. En 1884 fue nombrado médico
cirujano de la sanidad marítima del puerto de Bilbao.
Su auténtica obsesión
eran los microbios y por eso no usaba pañuelos de tela, sino de papel de
seda que encargaba en la Papelera Española. Acostumbraba, además, a dejar
sobre las mesitas de sus pacientes un pequeño montoncito de hojas
recortadas para que las usaran. Esta pertinaz costumbre le supuso ser
salvado en 1917 de un rosario de torturas cuando se creyó posible consolidar
una nueva república en España, pues por sus ideas políticas fue detenido en
compañía de su yerno José Tejada y obligados ambos a recorrer la distancia
entre Portugalete y Bilbao andando, para terminar encerrados en una escuela con
función de cárcel.
Acorde al testimonio
de Félix González Cintora, presidente que fue de la Agrupación Republicana
portugaluja y que presenció la escena, sabemos que un coronel del ejército pasó
por el improvisado calabozo y vio a un anciano postrado en una cama con
el montoncito de papeles de seda sobre la mesita. Entonces se dio cuenta de
quién era: «¿Está ahí el doctor Conde-Pelayo?», le preguntó al vigilante. Al
recibir el sí, mandó que le liberaran. Años antes, el galeno había salvado la
vida del sobrino de este coronel.
Muchos años después la
multinacional Kimberly-Clark usaría el término registrado Kleenex en 1930,
pronunciado clínex en todo el mundo independientemente de la marca que posean,
para identificar una serie de pañuelos desinfectados y desechables que se han
hecho populares en su uso contra el resfriado común o la rinitis alérgica.
Aunque, volviendo otra
vez la vista hacia el pasado, nos encontramos en el Boletín de la Industria y
el Comercio del Papel de 15 de septiembre de 1908 una curiosa referencia que
dice: «Hemos afirmado que el papel chino empleado para moquero, toalla,
servilleta, etcétera, tiene que abrirse campo. Pues bien, una prueba de que
no estábamos equivocados al hacer tal afirmación son las varias cartas que el
doctor Conde-Pelayo, patrocinador y ejecutor de la idea, ha recibido
alentándole en la empresa y pidiéndole datos. Entre dichas cartas merece
mencionarse la de Vicente Ibarra, peluquero establecido en Barcelona, calle
Aviñó, quien proyecta realizar los servicios de su establecimiento con papel de
esta clase. Esto demuestra que la publicidad es la que hace prosélitos. Y si en
círculo de acción tan reducido se han obtenido ventajas, ¿qué no se lograría
realizando la propaganda en una esfera más amplia?» (Archivo prensa histórica)
Por si esta reseña
fuera poco para hacer merecedor al médico de Portugalete de la idea original de
este popular producto que son los clínex, añadiremos las palabras que al
respecto recordaba el mismísimo Indalecio Prieto, titular de diversas carteras
ministeriales durante la Segunda República y presidente del Partido Socialista
Obrero Español durante el exilio, quien al ensalzar precisamente la recitación
de los variados discursos políticos que el doctor pasiego se sabía de memoria
añadió: «Cuando se le seca la boca, bebe un sorbo de agua y se seca los
labios con una cuartilla de papel de las que lleva para este cometido
y para sonarse las narices, forma con ella una bolita y luego de usarla la
arroja al suelo. Conde-Pelayo se ha adelantado en más de medio siglo a inventar
los higiénicos Kleenex».
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Para una completa información de este personaje, y corregir
algunas inexactitudes de este artículo, recomendamos consultar el libro de la
Colección El Mareometro, PORTUGALETE EN EL RECUERDO: LOS CONDE-PELAYO, que se encuentra en la Biblioteca
Digital Portugaluja.
Entre las puntualizaciones señalaríamos principalmente:
Dice:
1.-
Prácticamente toda su existencia trascurrió en Portugalete. Su madre se mudó a
la Villa jarrillera junto a él y montó un pequeño negocio de telas, cuando
en realidad su madre tras vender telas por la provincia (aprendió vascuence
para entenderse con sus clientes) se estableció en las Siete calles de Bilbao,
negocio que dejó a su hijo al morir. Este por su parte llegó a la Villa
tras su estancia en Madrid, con 37 años, en 1884.
2.- Recitaba de
memoria largos discursos políticos que no necesitaba leer más de una vez. Según
Indalecio Prieto “don José es muy devoto
de don Nicolás Salmerón, cuyos principales discursos retiene fielmente en la
memoria. Cuando se le invita a algún acto político, jamás habla por cuenta
propia. Comienza diciendo: "En la sesión de tal día, don Nicolás Salmerón
se expresó en los siguientes términos ante el Congreso: Señores diputados.” y a
continuación recita íntegramente el correspondiente discurso sin perdonar las
acotaciones –"aplausos a la izquierda", "rumores en la
derecha"– acotaciones que el recitador recalca moviendo la cabeza a un
lado o a otro, según de donde en su día provinieron los aplausos y los rumores.
3.- Se aprendió “El Pitágoras
o libro de cuentas ajustadas”, cuando en realidad fue él, cuando ejercía la
docencia en Madrid, quien publicó dicho libro en 1880, que luego complementó
publicando El transito del sistema de
pesas y medidas de Castilla al sistema métrico-decimal.
4.- Ejerció como
secretario particular del que fuera presidente de la I República, Nicolás
Salmerón, y según su nieta Leonor Tejada Conde-Pelayo cuando Salmerón fue
presidente de la República, Juan José
estuvo junto a él y por mucho tiempo fue su brazo derecho, una especie de
secretario-voluntario.
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