miércoles, 2 de agosto de 2017

EL PASAJE DE LA RIA EN LOS AÑOS 40 DEL SIGLO XIX






Por el AHMP tenemos noticias de este servicio a mitad del siglo XIX con motivo de los expedientes de remate del arriendo del barco de las anteiglesias de Getxo, Berango y Lejona, al que se presentaban un “un número crecido de concurrentes, al parecer licitadores...” y que fue otorgado a favor de José Ignacio de Egusquiza.

Los portugalujos que disponían de pequeñas lanchas y embarcaciones menores pasaban también ocasionalmente gente, y sobre todo cuando se celebraban romerías o festejos en los pueblos de la otra orilla, por lo que Egusquiza se quejó a nuestra corporación al considerarlo competencia desleal, sin someterse a ningún remate y con embarcaciones que no presentaban las características adecuadas para desempeñar tal servicio.

El ofrecía abonar a la “caja común de la Villa anualmente 300 reales, pasando la gente de la misma por cuatro maravedíes cada persona y otros tantos por cada carga de colada, y dos reales por cada caballería en horas regulares, esto es desde que salga el sol hasta que se ponga, según costumbre anterior, con la circunstancia de que V.S. prive dedicar en tal ejercicio a sus vecinos y residentes”.

La Corporación decidió que se debía llegar a un acuerdo con el citado barquero, aunque en aquel momento no se dedicaba al tránsito del corte de la Ría más que “una canoa” de carácter particular y entre las condiciones que propuso estaba que el responsable del servicio no podría dejar transcurrir más de media hora de una “pasada a otra, y tratase a los pasajeros con el mayor agrado, ayudando a embarcar y desembarcar a los mismos, igualmente que a los ganados y cargas que conduzcan”.

Las tarifas que establecieron indican que además de las personas pasaban caballería mayor “con silla” u otros aparejos, ganado vacuno, lanar, cabrío y de cerda, así como carradas de leña, carbón y otros géneros o fanegas de todo grano o legumbres, y toda otra clase de carga que conducen las personas sobre sí en sacos y cestos, sin conceptuarse por tal carga, ni estar sujetos al pago los líos de ropa y demás frioleras que conducen las gentes en pañuelos o maletitas con diferentes objetos”.

El citado botero tenía muy mal comportamiento con sus clientes, tal como lo indica la queja que puso el cónsul británico de Vizcaya y que corroboró el Comandante de carabineros de Portugalete. El súbdito de su Graciosa Majestad que entonces residía en la Villa, manifestaba que había sido continuamente insultado por el referido paisano, “y hasta el extremo de amenazarle con ademanes que indicaban quererle pegar, por lo que deseaba se le amonestase por su conducta....”. El demandante añadía además que el injuriante era de “carácter díscolo, pendenciero y provocativo...”.



Esta entrada está basada en uno de los artículos del trabajo APROXIMACION A LA HISTORIA DE PORTUGALETE, Temas diversos, de Roberto Hernández Gallejones, con destino al próximo libro de la Colección El Mareómetro Crónica de la historia de Portugalete. Siglo XIX.






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