Por el AHMP tenemos noticias de este servicio a mitad del
siglo XIX con motivo de los expedientes de remate del arriendo del barco de las
anteiglesias de Getxo, Berango y Lejona, al que se presentaban un “un número crecido de concurrentes, al
parecer licitadores...” y que fue otorgado a favor de José Ignacio de
Egusquiza.
Los portugalujos que disponían de pequeñas lanchas y
embarcaciones menores pasaban también ocasionalmente gente, y sobre todo cuando
se celebraban romerías o festejos en los pueblos de la otra orilla, por lo que
Egusquiza se quejó a nuestra corporación al considerarlo competencia desleal,
sin someterse a ningún remate y con embarcaciones que no presentaban las características
adecuadas para desempeñar tal servicio.
El ofrecía abonar a la “caja
común de la Villa anualmente 300 reales, pasando la gente de la misma por
cuatro maravedíes cada persona y otros tantos por cada carga de colada, y dos
reales por cada caballería en horas regulares, esto es desde que salga el sol
hasta que se ponga, según costumbre anterior, con la circunstancia de que V.S.
prive dedicar en tal ejercicio a sus vecinos y residentes”.
La Corporación decidió que se debía llegar a un acuerdo con el
citado barquero, aunque en aquel momento no se dedicaba al tránsito del corte
de la Ría más que “una canoa” de
carácter particular y entre las condiciones que propuso estaba que el
responsable del servicio no podría dejar transcurrir más de media hora de una “pasada a otra, y tratase a los pasajeros con
el mayor agrado, ayudando a embarcar y desembarcar a los mismos, igualmente que
a los ganados y cargas que conduzcan”.
Las tarifas que establecieron indican que además de las
personas pasaban caballería mayor “con silla” u otros aparejos, ganado vacuno,
lanar, cabrío y de cerda, así como carradas de leña, carbón y otros géneros o
fanegas de todo grano o legumbres, y toda
otra clase de carga que conducen las personas sobre sí en sacos y cestos, sin conceptuarse
por tal carga, ni estar sujetos al pago los líos de ropa y demás frioleras que
conducen las gentes en pañuelos o maletitas con diferentes objetos”.
El citado botero tenía muy mal comportamiento con sus
clientes, tal como lo indica la queja que puso el cónsul británico de Vizcaya y
que corroboró el Comandante de carabineros de Portugalete. El súbdito de su
Graciosa Majestad que entonces residía en la Villa, manifestaba que había sido
continuamente insultado por el referido paisano, “y hasta el extremo de amenazarle con ademanes que indicaban quererle
pegar, por lo que deseaba se le amonestase por su conducta....”. El
demandante añadía además que el injuriante era de “carácter díscolo, pendenciero y provocativo...”.
Esta entrada está basada en uno de los artículos del trabajo APROXIMACION A LA HISTORIA DE PORTUGALETE, Temas diversos, de Roberto Hernández Gallejones, con
destino al próximo libro de la Colección El Mareómetro Crónica de la historia de Portugalete. Siglo XIX.
No hay comentarios:
Publicar un comentario