miércoles, 30 de agosto de 2017

UN CASO DE ESCANDALOS Y ALBOROTOS EN EL SIGLO XVIII



Siguiendo con la idea de dar a conocer lo que se ha dado en llamar la microhistoria de la Historia Local recogemos hoy otros sucesos que complementan el tema de las prostitutas que recogimos en una entrada anterior.

Estamos en 1746, siendo alcalde, Ignacio de Aqueche que decía que “había llegado a su noticia estarse ocasionando en la Villa algunos escándalos de amancebamientos, alborotos e inquietudes a deshora de las noches, y otros excesos causados por gente de mal vivir”, que habían perturbado notablemente la convivencia en el pueblo. Para poner coto a éstos desmanes, “aunque había puesto los medios de correcciones y amonestaciones verbales, y prision de algunas de las personas notorias”, no le quedaba más remedio que esforzarse aun más, y para “conseguir el deseado efecto de que sirva con la cristiandad, modestia y quietud debida” expulsar de la Villa a las vecinas María de Fontuso y Clara de Ahedo, madre e hija.

La citada Clara había dado a luz a un retoño, hijo de un hombre “llamado Jacinto, natural de las Islas de Canarias, con palabra que dicen de casamiento, habiendo estado amancebada todo el tiempo con el”, es decir, casi tres años, excepto el período que dicho individuo estuvo prisionero en Inglaterra. Mientras él estaba en tierras británicas a la sombra, disfrutando de la hospitalidad de los súbditos de Su Graciosa Majestad, ella seguía recibiendo en su casa a huéspedes portugueses y andaluces, “que respeto de ser el hospedaje una bodega sin aposento ni separación alguna, es notoria la nota y escándalo de la vecindad, viéndola abrazada con algunos de los huespedes, y dándoles ropa prestada”.

Se denunciaba también que en la posada de Clara, “entraban y salían en su habitación diferentes personas, así portugueses como de otras naciones tocando guitarras por la calle, a las diez y once de la noche cantando”, así como “danzando y metiendo bulla muchas veces”.

Por ejemplo, Francisco de Chabarria contó que estando él hospedado en la posada de Clara y de su madre vino “una muchacha del lugar a las doce de la noche dando golpes a la puerta, atraída de la bulla y fiesta que tenían en la dicha casa, viendo que estaban tocando guitarras, y que salió el testigo a la aventura, diciendo qué desvergüenza venir a inquietar a la vecindad a aquellas horas, andando de calle en calle muchachas hijas de hombres de bien de aquel modo”. Declaraba incluso que la vecina de Portugalete, Catalina de Iglesias “es acostumbrada a pendencias” y que le gustaba el juego “a los naipes, llamando putas y otras vergüenzas, y algunas veces llegando a las manos, lo que también ha movido al testigo a amenazarlas, y no trataban de callar o ir a jugar a otra parte”.

Cuando el citado canario Jacinto Carmona arribó de nuevo a nuestro puerto, se dirigió a la casa de ella “en cuyo poder tenia su ropa, aunque aquella noche Clara se salió de casa”, y a la mañana del día siguiente marchó “al barrio de Urioste, en donde estuvo hasta que volvió, al tiempo de que los huéspedes que tenía en casa recibían los prestamos de la fragata corsaria La Begoña, para cobrar el gasto que habían hecho en su casa”.

También relataban que un domingo desde las diez y media de la noche hasta la mañana siguiente, Clara y otras mujeres “alborotaron la calle vestidas de hombre, y algunas en paños menores tirando cantazos a las puertas, inquietando y perturbando a la vecindad”.

El expediente que se conserva en el Archivo Municipal termina con el mandato del alcalde de ingresar en la cárcel pública de nuestra localidad a Jacinto de Carmona, María de Fontuso y Clara de Ahedo, y que se secuestrasen sus bienes.

En su defensa ellas afirman ser “vizcaynas, y originarias hijasdalgo libres de toda mala raza, sin mezcla de moros, judíos, recién convertidos ni penitenciados, quietas, honestas, virtuosas y recogidas y de todas las demás buenas prendas y calidades”. Se quejan de que sin “justo motivo, ni causa para ello”, el primer edil había expedido un auto, “dimanado de siniestros y inciertos informes”. Suponiendo todo ello para las afectadas un “grave daño y difamación”. Por tanto, pedían que se les mantuviese en su “buen crédito y fama y reputación”, revocando dicho edicto; y que así mismo, se les informase de los motivos que habían causado dicha decisión municipal, para que así se pudiesen defender de las acusaciones que habían sido vertidas contra ellas



Roberto Hernández Gallejones

El artículo completo se puede consultar en la

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