Siguiendo con la idea de dar a conocer lo que se ha dado en llamar
la microhistoria de la Historia Local recogemos hoy otros sucesos que
complementan el tema de las prostitutas
que recogimos en una entrada anterior.
Estamos en 1746, siendo alcalde, Ignacio de Aqueche que
decía que “había
llegado a su noticia estarse ocasionando en la Villa algunos escándalos de
amancebamientos, alborotos e inquietudes a deshora de las noches, y otros
excesos causados por gente de mal vivir”, que habían perturbado
notablemente la convivencia en el pueblo. Para poner coto a éstos desmanes, “aunque
había puesto los medios de correcciones y amonestaciones verbales, y prision de
algunas de las personas notorias”, no le quedaba más remedio que esforzarse
aun más, y para “conseguir el deseado efecto de que sirva con la
cristiandad, modestia y quietud debida” expulsar de la Villa a las vecinas María
de Fontuso y Clara de Ahedo, madre e hija.
La citada Clara había dado a
luz a un retoño, hijo de un hombre “llamado Jacinto, natural de las Islas de
Canarias, con palabra que dicen de casamiento, habiendo estado amancebada todo
el tiempo con el”, es decir, casi tres años, excepto el período que dicho
individuo estuvo prisionero en Inglaterra. Mientras él estaba en tierras
británicas a la sombra, disfrutando de la hospitalidad de los súbditos de Su
Graciosa Majestad, ella seguía recibiendo en su casa a huéspedes portugueses y
andaluces, “que respeto de ser el hospedaje una bodega sin aposento ni
separación alguna, es notoria la nota y escándalo de la vecindad, viéndola
abrazada con algunos de los huespedes, y dándoles ropa prestada”.
Se denunciaba también que en
la posada de Clara, “entraban y salían en su habitación diferentes personas,
así portugueses como de otras naciones tocando guitarras por la calle, a las
diez y once de la noche cantando”, así como “danzando y metiendo bulla
muchas veces”.
Por ejemplo, Francisco de
Chabarria contó que estando él hospedado en la posada de Clara y de su madre
vino “una muchacha del lugar a las doce de la noche dando golpes a la
puerta, atraída de la bulla y fiesta que tenían en la dicha casa, viendo que
estaban tocando guitarras, y que salió el testigo a la aventura, diciendo qué
desvergüenza venir a inquietar a la vecindad a aquellas horas, andando de calle
en calle muchachas hijas de hombres de bien de aquel modo”. Declaraba
incluso que la vecina de Portugalete, Catalina de Iglesias “es acostumbrada
a pendencias” y que le gustaba el juego “a los naipes, llamando putas y
otras vergüenzas, y algunas veces llegando a las manos, lo que también ha
movido al testigo a amenazarlas, y no trataban de callar o ir a jugar a otra
parte”.
Cuando el citado canario Jacinto
Carmona arribó de nuevo a nuestro puerto, se dirigió a la casa de ella “en
cuyo poder tenia su ropa, aunque aquella noche Clara se salió de casa”, y a
la mañana del día siguiente marchó “al barrio de Urioste, en donde estuvo
hasta que volvió, al tiempo de que los huéspedes que tenía en casa recibían los
prestamos de la fragata corsaria La Begoña, para cobrar el gasto que habían hecho
en su casa”.
También relataban que un
domingo desde las diez y media de la noche hasta la mañana siguiente, Clara y
otras mujeres “alborotaron la calle vestidas de hombre, y algunas en paños
menores tirando cantazos a las puertas, inquietando y perturbando a la vecindad”.
El expediente que se
conserva en el Archivo Municipal termina con el mandato del alcalde de ingresar
en la cárcel pública de nuestra localidad a Jacinto de Carmona, María de
Fontuso y Clara de Ahedo, y que se secuestrasen sus bienes.
En su defensa ellas afirman
ser “vizcaynas, y originarias hijasdalgo libres de toda mala raza, sin
mezcla de moros, judíos, recién convertidos ni penitenciados, quietas,
honestas, virtuosas y recogidas y de todas las demás buenas prendas y calidades”.
Se quejan de que sin “justo motivo, ni causa para ello”, el primer edil
había expedido un auto, “dimanado de siniestros y inciertos informes”.
Suponiendo todo ello para las afectadas un “grave daño y difamación”. Por
tanto, pedían que se les mantuviese en su “buen crédito y fama y reputación”,
revocando dicho edicto; y que así mismo, se les informase de los motivos que
habían causado dicha decisión municipal, para que así se pudiesen defender de
las acusaciones que habían sido vertidas contra ellas
Roberto Hernández
Gallejones
El
artículo completo se puede consultar en la
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