Hoy aprovechando el trabajo fotográfico realizado por Andoni Maseda coloreando una fotografía antigua de las Escuelas del Campo y buscando el difícil punto actual que nos sirva de comparación, vamos a situar la historia.
El edificio, proyectado por el arquitecto Francisco de Orueta, se hizo realidad en 1853, y además de aulas para casi un centenar de estudiantes, contó con habitaciones para el maestro y la maestra. Su finalidad era responder a las necesidades educativas de la infancia de la Villa, quienes hasta entonces recibían la instrucción primaria en una casa alquilada por el Ayuntamiento que se encontraba en condiciones precarias.
Tras la construcción en 1925 de las escuelas de Maestro Zubeldia y las de Antonio Trueba en 1933, el edificio quedó un poco en desuso y en 1941 el Ayuntamiento decidió cederlo de forma provisional al párroco Ángel Chopitea para que pudiera utilizarlas como casa parroquial e impartir educación religiosa, función que desarrolló hasta su demolición en 1968.
Aunque el alcalde Julián Bayo había tomado la decisión de convertirlo en zona verde con lo que la Basílica cobraría un mayor esplendor, no fue ese su destino definitivo.
Tasio Munarriz ya nos habló en este blog de la existencia de una casa cural en la parte superior de la calle Santa María en los actuales jardines de la torre Salazar y que en estos años, una vez demolida, solo quedaba el solar ajardinado con la promesa municipal a su dueño, el Obispado de Bilbao, de permutar su propiedad al Consistorio por el terreno que ocupaba el edificio de las escuelas.
En 1967 la diócesis se interesó por el cumplimiento de dicha promesa con la intención de construir una nueva casa parroquial sobre dicho terreno y el 22 de marzo de 1968 el alcalde José Manuel Esparza y el párroco Pablo Bengoechea firmaron el compromiso que daba pie a dicho acuerdo.
A pesar de las voces que consideraban que por razones estéticas y de visibilidad del templo el edificio no debiera levantarse en ese lugar (Txomin Bereciartua, párroco en años posteriores defendía esa idea y de que Surposa les cediera una de las casas a levantar en los huecos del último tramo de la calle Santa María) la operación se llevó a cabo ese año retranqueando los pisos superiores del edifico para restar menos visibilidad a la iglesia.
La historia que nos relata el trabajo citado apuntando anomalías legales propias a aquellos años de la dictadura finaliza en 1979 cuando la comunidad religiosa de Santa Ana de Zaragoza, inscribió a su favor el terreno de las citadas escuelas y su planta baja, mientras el Obispado hizo lo propio con sus tres plantas a título de obra nueva.
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