lunes, 24 de noviembre de 2025

DE LAS CARROZAS A REMO A LOS MODERNOS CATAMARANES DE NUESTRA RIA (2)

  
Siguiendo con el citado trabajo de José Luis Garaizabal, nos detenemos en uno de los pasajes que recoge.

Se trata de una cita de la obra de Emiliano de Arriaga titulada “Vuelos cortos”, de 1894, con la ilustración del carrocero Ignacio Laca y su carroza, que encabeza esta entrada, donde decía:

“el viaje a Portugalete era algo como organizar un viaje a New York o Chicago... Las embarcaciones eran entre góndola y trainera… A popa se alzaba la vistosa camareta, capaz para ocho o diez personas de constitución no muy fuerte y formas poco abultadas. A proa se levantaba el gallardo mástil, que servía para izar la vela, así que apuntaba la brisa… El resto estaba ocupado por bancos o tostas para los remeros, que oficiaban de tales, cuando el caprichoso Eolo se cansaba de soplar… Pero ordinariamente y a modo de evento, era conducida a la sirga… de la cual tiraba la sufrida tripulación desde la orilla, mientras que a bordo manejaba Ignacio el gobernalle…

Ignacio Laca era conocido como Ignacio el carrocero y era el que poseía la más capaz, veloz y mejor pertrechada carroza, y la más solicitada… Era el recadista de confianza… Enjuto de cuerpo y cara, con sotabarba cerdosa… Decíase que la causa eficiente de su deficiente encarnadura -pues era extremadamente flaco- había sido una hartada de canutillos que engulló de una sentada durante una apuesta… Honrado a carta cabal, fue una verdadera autoridad como práctico de la ría… Nadie como él apreciaba el agua con que podía contarse en los churros de San Agustín o la Botica… y ninguno como él sabía sortear los peligros del playazo de Elorrieta o de los bajos de El Fraile…

Y no queremos dejar de recoger las sensaciones extraordinarias que gozaban aquellas gentes de tierra adentro, de Bilbao, al llegar a Portugalete:

“Los pulmones se ensanchaban… los ojos no cabían en sus órbitas… los oídos nos hacían estremecer de asombro… Aquel ambiente saturado de oxígeno… la azul inmensidad… las doradas arenas… el eterno murmullo de las rompientes… las chirlas y margaritas que recogíamos en la orilla…  ¡Todo tenía el atractivo de lo desconocido, de lo sublime, de lo inconmensurable!

El habla de la gente Portugaluja, que tanto difería de la nuestra… todo nos hacía imaginar cuando estábamos en Portugalete, que nos hallábamos en extraño país… Así como en alguna ultramarina colonia de Portugal…

 

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