El último número del periódico enportugalete.com nos ofrece la ficha
de esta portugaluja del siglo XVIII, Ana Mª Palacios Castellanos.
Las escuetas noticias de su vida en aquellas tierras nos las dio a conocer la escritora Virginia Haurie, en su obra Mujeres en tierra de hombres. Historia de las primeras colonizadoras de la Patagonia.
Las escuetas noticias de su vida en aquellas tierras nos las dio a conocer la escritora Virginia Haurie, en su obra Mujeres en tierra de hombres. Historia de las primeras colonizadoras de la Patagonia.
Trascribimos el capítulo titulado ANA Y EL
HERRERO:
Fuerte del Carmen, 1780
El amor que sentía Ana María Castellanos
por el herrero era tan ciego que no veía lo que pasaba a su alrededor. También
la volvió imprudente, haciéndole olvidar que en el Fuerte del Carmen la mayor
distracción de los soldados era espiar a las mujeres. Ana María tenía veintidós
años y un ardor que se le escapaba por el brillo de la mirada y el andar de las
caderas. —¡Mucha mujer para ese borracho! —era el comentario de los hombres que
la miraban pasar con ojos de orgasmo. Ana María tenía algo raro en esos tiempos:
sabía leer y escribir. Pero no era libre, estaba casada con el labrador Matías
Lagarreta, a quien más que trabajar la tierra le gustaban las borracheras.
Tenía también un pequeño hijo llamado Josef que había heredado sus mismos ojos
oscuros y fogosos. La Castellanos no se había enamorado de los músculos de
Juan, el herrero, como pensaban las mujeres. Una noche plagada de estrellas,
Ana escuchó el rasgueado de una guitarra que le desató la nostalgia. Como
animal hambriento siguió su rastro hasta un vivac donde la música se mezclaba
con la risa y las voces de hombres distendidos. Agazapada, desde lejos, apenas
iluminadas por el fuego, vio una guitarra y unas manos enormes. Las mismas que
muchas veces había visto domesticando el hierro. Allí, oculta entre las matas
se quedó, hasta que el canto de los pájaros reemplazó el monótono croar de las
ranas. Desde esa noche no hubo una en que no soñara dormida o despierta que era
una guitarra. Y como cuando la mujer quiere no hay hombre que no quiera,
empezaron los amores. No pasó mucho tiempo hasta que todos, por lo bajo, no
hicieran otra cosa que hablar de Ana y el herrero.
—Mujer liviana —decían las mujeres.
—Hombre de suerte —respondían los hombres.
—Mala yerba —dijo el Superintendente
Francisco de Viedma, que pretendía pobladores decentes en su ciudad. Como suele
suceder, el marido fue el último en enterarse y como hacían algunos hombres en
ese tiempo con las esposas infieles, le puso grillos en los pies. Pero esto no
detuvo a la Castellanos ni al herrero, para quien romper un par de grillos era
más fácil que cascar huevos. Un día empezaron las desgracias. Ocurrió una pelea
en la que el herrero dio muerte a un indio conocido como el capitán Chiquito y
fue llevado preso al bergantín Nuestra Señora del Carmen y Ánimas. Los indios
reclamaron su muerte en venganza: el herrero sería ahorcado. Ana María creyó
enloquecer. Sin paz ni consuelo pensó en arrojarse al río.
Bernardo Patruller, soldado del cuerpo de
Artillería, quería desertar. Llevaba meses planeando la partida, buscando
descontentos. Lo hacía con el mayor sigilo. En el fuerte no había peor falta
que la deserción. Huir por tierra era empresa endiablada. Sin embargo confiaba
en la destreza de la caballada que le había prometido Aguirre. Pero necesitaba
dinero y lo más escaso en El Carmen eran los pesos. Esas circunstancias
reunieron a la Castellanos con el soldado. Él se llevó los pesos y ella se
quedó con la esperanza de la huida, prevista para la noche siguiente.
—Le encargo silencio, si se llegara a descubrir
nos perdemos todos.
—Mi barriga está llena y quiero parir con
mi hombre —dijo Ana María decidida.
Y escribió al herrero sobre los planes de
fuga: el marinero Josef de Castro lo ayudaría a salir del bergantín y en lo de
Aguirre se encontrarían con la caballada. Y como era mujer, también le escribió
de su amor, de los dolores que sufría con su ausencia y del hijo que quería
parir junto a él. Su marido le enredó los planes. Matías, despechado por tantos
lloros por un ajeno y con el herrero preso, sintiendo a salvo su integridad,
pensó que era tiempo de un escarmiento; de paso podría ganarse la gracia del
Superintendente, que sabía que lo tenía mal visto.
—Mi mujer se ocupa de conmover para la fuga
a las gentes de la población —dijo, y se fue dejando el aire sucio de traición
y alcohol. Don Francisco de Viedma, para darse tiempo de encontrar a los
cómplices, hizo detener a Ana María, con una excusa, en la casa de la mujer.
Ella se inquietó pero confió: el herrero no la abandonaría. Y se las arregló
para enviar las cartas. Cuando horas más tarde llegó el habilitado Vicente
Vázquez y Salgado con las mujeres Pascuala del Campo y Francisca Longueras, Ana
María supo que había sido traicionada. Desnuda frente a las mujeres que
registraban sus ropas, más que humillada se sintió quebrada. No encontraron más
cartas, sólo un cuerpo inanimado que insinuaba un hijo. Sobre la cruz, todos
los implicados declararon que ella con sus malas artes los había instigado para
la fuga y fueron puestos en libertad. Pero el fiscal consideró a la Castellanos
culpable y fue condenada a dos años de prisión en el Uruguay. Su marido fue
echado del Carmen y, obligado a realizar trabajos públicos donde no pudiera
embriagarse. En la ciudad que soñaba Viedma no había lugar para vagos ni para
mujeres que no supieran comportarse. Cuentan que las gentes del Carmen nunca
supieron si a la mujer la castigaron por rebeldía o por liviandad. Y que, en
cambio, sospecharon de la razón que salvó al herrero de la horca.
Una de las carta de Ana María al herrero
hallada en el Archivo Nacional de Historia:
"Querido
mío de mi corazón tú sabes lo que me pasa con este borracho que el fue a decir
que me quería ir contigo y me han puesto en el cepo y así no puedo descansar
este corazón de suspirar y aunque no te puedo ver no hay consuelo para mí que
estoy suspirando todos los días aunque no hay consuelo para mí qué haré sin ti
yo que estoy loca porque me falta la prenda en que yo me miro y prenda de mi
corazón qué haré sin ti yo que me muero sin remedio porque ya no hay mundo para
mí en qué espejo me miraré yo si me falta la prenda de mi alma que estimo yo y
yo miro por la sangre que tengo contigo no te vayas que quiero ir contigo que
si puedes salir para la caballada ahí está el paisano que dice que te ha de esconder
que venga sin recelo hasta que se (...) a que nos (...) por tierra bastante
gente que esto te lo pido por amor de Dios que si no estás perdido que tienen
el precio mal parado porque dicen que te van a ahorcar por Dios te pido que no
me dejes que quiero morir contigo que no hay consuelo para mí hasta que no te
vea en mis brazos que estoy rogando a Dios para cogerte en mis brazos que no
puedo descansar sin ti caigito de mi alma espero que me has de hacer este gusto
que te pido por amor a Dios que estando la gente durmiendo te puedes escapar
para afuera que es lo que puedes decir a Pepe acompañarte para que te puedas
escapar por la guitarra no te la envío porque la vamos a llevar con nosotros
por tierra quiere tres pero esta (...) en lo demás no hay consuelo para mí y
así escribime y dame ese consuelo por amor de Dios que bien ves como estoy la
barriga llena que quiero ir a parir contigo y así no te canso más hasta que vea
conmigo quien de corazón estima y verte desea es tu querida.
Ana
María de Palacios".
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