jueves, 24 de julio de 2025

LA PELOTA A MANO EN EL CAMPO DE LA IGLESIA (2). LAS CANCHAS

 

 Tras la desaparición en 1944 del pórtico que cubría una parte de los muros del templo parroquial, la cancha principal y más usada para el juego de la pelota pasó a ser la de la pared comprendida entre el contrafuerte y la torre del campanario, que se la solía conocer como “ancho”.

Sus zonas y límites los fijaban:
1.- La zona delantera de losas marcaba la zona de saque y falta. A su derecha, las escaleras y el txoko.
2.- Una línea marcada por las losas entre el extremo del contrafuerte y la alcantarilla.
3.- La zaga la fijaba un estrecho bordillo de piedra que separaba el camino de galipó y la cancha triangular de cemento, ligeramente inclinada.
4.- La zona llana frente a la casa parroquial que según nos diera, unas veces era buena y otras, mala. Su límite lo marcaba una fila de losas a modo de escalón.
Lógicamente, el frontis no tenía chapa, así que estaba pintada con un trozo de tiza, yeso o escayola y necesitaba repintarse. Un día, conseguimos unos listones y con unos buenos clavos y un martillo bajado de casa solventamos la papeleta durante años. Fueron arrancados durante las obras de rehabilitación general de la basílica en los años 80-90.
Contaba con infinidad de trampas:
1.- Las escaleras y el txoko.
2.- El contrafuerte inclinado, a modo del fraile de los trinquetes, que o bien servía para hacer el saque contra él o que los pelotazos de frente acabaran en el txoko junto a las escaleras. El saque contra el contrafuerte, a veces, provocaba el vuelo de la pelota hasta los caminillos. El que la tiraba estaba obligado a ir a por ella y luchar con las ortigas y los mokordos. Si el “explorador” no la encontraba, obligaba al resto de pelotaris a acompañarle en aquel particular “safari” si queríamos seguir jugando.
3.- Un hueco en una de las piedras, que a modo de txirlo, al recibir el pelotazo, devolvía la pelota en dirección insospechada. La piedra fue sustituida en las obras de rehabilitación. 
4.- La ventana a modo de saetera en el centro del frontis que estaba medio tapiada y con una malla metálica.

5.- El “tejadillo” de la fachada que hacía subir la pelota hasta el alfeizar de la ventana tapiada o en el peor de los casos hasta el tejado, suceso que obligaba a tirarla a pedradas o a pedir permiso a Manolo el sacristán, para subir al tejado a hacer buena cosecha de pelotas.
6.- El canalón en el suelo que separaba la zona de losas de la de cemento y conducía las aguas a una alcantarilla en el ancho (izquierda). Las losas y el canalón fueron sepultadas bajo una capa de mortero negro grabado imitando piedras.
7.- El pilar de la torre que ocultaba la pelota si el sacador lo hacía con efecto o con la zurda (los menos), imposibilitaba su resto al zaguero.
El resto de canchas existentes en el Campo de la Iglesia eran: la “derechilla” situada entre el contrafuerte y la puerta de la ribera; la “izquierdilla” situada al final de la pared que separa la puerta de la ribera y el ábside; el rincón entre las escaleras de subida desde el arco de Salazar, el muro de contención (hoy picado su revoque) y el muro exterior del patio de armas de la torre. Los mayores la habían bautizado como “euskalduna” y los pelotaris eliminados al “primi” y los espectadores tenían su graderío en las escaleras.

El juego que se practicaba tenías diversas modalidades que explicaremos en la próxima entrada de esta serie. 

José Luis Garaizabal
Txerra Cobos

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