Después de la ocupación de
Portugalete por el ejército llamado “nacional” el 22 de junio de 1937, comenzó
la represión para unos y el premio para otros, aunque hubo algunos republicanos
que no fueron molestados y “nacionales” que no se aprovecharon de su situación
privilegiada. Entre los reprimidos figuraron 26 portugalujos que fueron
fusilados o ejecutados con garrote vil.
El caso más famoso por la
crueldad de su muerte es el de Guillermo Curiel Gordón, que
fue jefe de la Guardia Municipal en el bienio reformista republicano,
sustituido por el guardia civil jubilado Sisebuto Santidrián en el bienio negro
y repuesto por la corporación del Frente Popular.
Juzgado y condenado a muerte por
la Dictadura, fue llevado a la Villa en un coche el 3 de setiembre de 1937. En
la Plaza del Cristo lo bajaron y lo sujetaron al coche con una cuerda en las
muñecas arrastrándole por todas las calles, según narran varios testigos
presenciales. Al final lo llevaron al cementerio, donde lo fusilaron. La hija
de Santidrián afirmó en su testimonio que la causa de la condena a muerte de
Curiel fue la de haber participado en las torturas y el asesinato de su padre
en agosto de 1936.
Los periódicos bilbaínos “La
Gaceta del Norte”, “El Correo español” y “Hierro” publicaron el día 4 de
setiembre de 1937 la nota oficial que reproduzco. Para darse cuenta de la
precipitación con la que se celebró el juicio hay que tener en cuenta que la
caída de Santander fue el 26 de agosto.
Unos días antes, catorce
portugalujos condenados a muerte que estaban en la cárcel de Larrinaga
escribieron al alcalde una carta suplicándole que intercediese para que les
conmutasen la pena. Le aseguraban que ninguno de ellos tenía delito de sangre y
le mostraban su arrepentimiento por haber equivocado el camino para servir a su
querida patria.
Desconozco si el alcalde hizo
algo para salvar de la muerte a estos vecinos suyos, pero cinco de éstos fueron
ejecutados en diversas fechas (Guillermo Curiel, Fortunato Niño, Amós Ordoñez,
Nicasio Sedano y Luis Sáez) y otros nueve recibieron la conmutación (Eugenio
González, Eustasio de Miguel, Félix Acebo, Joaquín Supervía, Felipe Corta,
Jesús Fernández, Antonio Hernández, y otro por cuya orden firmó Benigno
Urcullo).
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