Tras el combate con las tropas carlistas de Castor
Andechaga, la Villa vivió bajo el mando militar que intervenía ordenando además
del alojamiento y suministro de alimentos a sus tropas como en cosas tan
simbólicas como el cambio del nombre de la Plaza del Solar.
Esta exhibía en la fachada del ayuntamiento desde 1828, tras
la visita de Fernando VII a Bilbao, aunque no se acercó aquí, una placa que
decía, Por el Rey su señor, la villa de
Portugalete, que el Comandante Militar José de los Toyos, mandó al alcalde
cambiarla y como este no le hiciera caso él mismo mandó esculpir una con el
nombre de Plaza de Isabel II, que con
amplio aparato militar descubrió el 24 de junio de 1834 cumpleaños de la Reina.
En el verano de
1835, tuvo lugar
el primer sitio de Bilbao por parte de
las tropas carlistas cuyo recuerdo ha llegado a nuestros días como El sitio de Bilbao por antonomasia donde
murió el famoso general carlista Zumalacarregui. En esta acción tuvo una
importancia fundamental la presencia de los buques de las marinas españolas y
británicas que fondeados en
nuestro puerto, no solo mantuvieron abierta la bocana de la ría permitiendo así
el avituallamiento de Bilbao sino que cooperaron activamente en la defensa.
Dos de los buques de la Legión Auxiliar Británica, el Saracen y Ringdove, participaron en junio, mientras lo permitió
Zumalacarregui, en evacuar a los británicos que quisieran salir de Bilbao,
hasta que se cerró la ría por Olaveaga con barcos hundidos y cadenas. Espartero
fue concentrando tropas en Portugalete, llegando el día 17 de junio diversos
barcos conduciendo al batallón San Francisco y al provincial de Jaen.
El día 30 hubo una reunión en la Villa, cuya importancia ha
pasado a la historia de esta contienda, en la que los mariscales de campo
Manuel Latre y Baldomero Espartero junto con numerosos Generales y Jefes del
ejército del Norte, aparcaron sus diferencias y acordaron una estrategia común
para liberar Bilbao. La liberación de Bilbao, se conseguiría al día siguiente
el 1 de julio.
Tras esta acción la Villa se convierte en un punto
estratégico donde se concentran numerosas tropas del ejército y que requerirá
la realización de diversas obras de defensa. Así dos meses después los legionarios
ingleses de Sir George De Lacy Evans, tras su actuación en Hernani vienen a la
Villa al igual que el 2º batallón en el acorazado Guadiana, y 850 escoceses en el Reina
Gobernadora que los traslada desde Santander. Además de Evans y su estado
mayor, llegan el capitán Campbell con unos 400 infantes y 14 oficiales
procedentes de Cork, en el Fingal y
el Earl of Roden, así como un vapor
del gobierno francés, con lo que se concentraron aquí “unas cuantas miles de
bayonetas”.
Una de las presencias a señalar, fue la del
Brigadier-General Shaw, aún coronel, que sería uno de los historiadores de la
Legión Auxiliar Británica, que tras desembarcar con sus fuerzas en Santander
recibe la orden de trasladar todos sus hombres a Portugalete. Como el tiempo es
malo y no pueden cruzar la barra de Portugalete deciden tocar en Castro
Urdiales para adquirir provisiones y cuando al fin logran desembarcar en su
punto de destino, aquí le ordenan que envíe parte de sus tropas a Castro, quedándose
en la Villa con el 8º regimiento mandado por Godfrey, y el 9th Irish, además de
dos compañías a las ordenes del mayor Abthorpe, situadas en Las Arenas en la
Casa del Consulado.
Mientras Shaw fue Comandante de las fuerzas de Portugalete,
la organización de la artillería estaba en manos de un veterano de la guerra de
la Independencia, el Mayor Bouchier y al no poder éste tomar el mando, fue el Capitán
Colquhoun, uno de 105 artilleros más prestigiosos del Reino Unido, el que se
hizo cargo de este Arma.
Un informe de nuestros munícipes fechado en 1837, nos
recuerda que además de las notables dificultades logísticas para alojar a tanta
tropa, se añadió la extremada dureza del invierno y precisamente, por esta
razón los soldados habían arrancado los sarmientos de las viñas, que
constituían la mayor riqueza de la Villa, y en los edificios que ocupaban
desquiciaban puertas, ventanas, postes y demás materiales para tener leña con
que encender fogatas. La inmensa brigada de acémilas y otras caballerías del
ejército, no hallando abrigo en el mismo pueblo, vivaquearon en las huertas a
las que les habían derribado sus tapias, setos y jaros para que tuvieran franca
entrada segando los trigos y los pastos de yerbas dejando las tierras
devastadas para muchos años.
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