sábado, 20 de octubre de 2018

EL RELATO DEL FIN DE SEMANA: IMÁGENES PORTUGALUJAS (1)





Seguramente, alguna de las escenas que os propongo y planteo, ya no existen. Bien, revivamos entre todos esos recuerdos escondidos, ó mal archivados.

Cerca de la casa de mi abuela Martina, en el Ojillo, bajando, a la izquierda, se encontraba la Campa del Moral, donde ese árbol, que a mis ojos de cinco/seis años resultaba inmenso, presidía un amplio espacio libre, que frecuentábamos en nuestros juegos infantiles.

Bueno, libre, libre,... no, no del todo: en mi memoria encuentro allí uno de los camiones de reparto de las gaseosas de Sirimiri-Berriatúa, que, por alguna avería no reparable, quedó allí varado y que fue atracción para subirnos encima, saltar,... Todavía permanece en mi memoria el olor en el interior de la cabina.

Allí fueron montados algunos calentines de San Juan, creo que viví tres, uno de ellos me dejó huella -una quemadura en la rodilla por una goma ardiente-, era de una botella de gaseosa. Poco después, los picos, las palas, la ferralla, la hormigonera, los tablones de encofrar y los montones de arena y grava, tomaron posesión para llenar el solar de viviendas. Poco a poco, perdíamos explanadas, campas,...

Por esas fechas llegaban el ladrillo y el cemento a Portugalete. Se iba el tranvía y una "aplastapiedras" de vapor tapizaba El Ojillo con asfalto. Dejaba de ser nuestra calle.

Eran los primeros sesenta, y, poco después, me parece, los munícipes harían poner terreno duro también en la calle de Carlos VII donde, en su parte alta, por el lado de la izquierda, pasado Ruperto Medina, se encontraban algunas viviendas unifamiliares con jardín.

Siguiendo de frente y pasado el cementerio, podíamos encontrar los invernaderos de la familia Basáñez, ahora con comercio de
flores. También en ese paraje, frente al cementerio y pasando la carretera, podíamos tomar un caminillo que recorría las huertas que ahora están ocupadas por el polígono de Manzano. Había algunos cerezos buenos e higueras.

Al principio de esa calle, y más bien en General Castaños, hubo un poste de gasolina. Antes, hubo otro en el cruce de El Cristo, pero de ese no poseo recuerdo. El que cito, no tenía máquina, sino una bomba aspirante-impelente movida por una manivela, que llenaba un cilindro transparente hasta los litros indicados por el cliente y que, a la inversa, empujaba el líquido hacia el depósito del automóvil.

Si el vehículo era una moto, el combustible lo pasaban a una regadera en la que habían añadido previamente el contenido de un bote de aceite lubricante y luego al tanquecillo de la moto. Para el año 70, ese poste ya no estaba, las gasolineras se iban hacia la periferia. Y la periferia también iba desapareciendo.

He dicho antes Gallarta, y me vienen a la memoria los autobuses de dos pisos que daban ese servicio. Se entraba por la puerta trasera, que el cobrador abría con una palanca y tenía su puesto con la cartera de librillos de billetes para el viaje y el cajón para los dineros.

(continuará)

Martintxu

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