La sublevación militar del general
Franco en junio de 1936 y el comienzo de la guerra civil incidió de manera
brutal en la vida escolar de la Villa. El claustro del profesorado era
mayoritariamente conservador y de derechas, y según dejó escrito Ruperto
Medina, en las votaciones de febrero habían acordado todos salvo su director Froilán
Alonso Melón, votar contra el Frente Popular que resultó vencedor.
Las nuevas autoridades municipales
procedieron a depurar (quedaban suspendidos y debían solicitar del reingreso en
sus cargos) a los maestros Francisco Martínez Diaz, Buenaventura Moreno, Tomás Álamo,
Antonio Usandizaga, José Sánchez Navajas, Mateo Hernández y a las maestras Paz
María Pérez Soto y Esperanza Vicente.
Los fondos fotográficos existentes
nos ofrecen dos aulas de niños y niñas en aquel año 1936 en las escuelas de
Zubeldia. La superior nos sirve para recordar que en sus aulas aprendieron sus
primeras letras personajes que luego llevarían el nombre de la Villa por todo
el mundo, como es el caso de Ignacio Ellacuría, filósofo y teólogo asesinado en
El Salvador, segundo por la izquierda en la segunda fila, o de Jesús Mª Sasía,
benedictino experto en toponimia euskérica, tercero por la izquierda en la
primera fila.
Las consecuencias de la guerra la
vivieron tanto alumnos como profesores, con bombardeos, evacuaciones, o
muertes. El centro sirvió para alojar a uno de los batallones, el anarquista
“Malatesta” que recibía el rancho en la tejavana, fue establecido como refugio
durante los bombardeos y sus alumnos fueron trasladados a dos plantas de la
Casa Gandarias en el final del Muelle Nuevo. (Los hermanos Ellacuría recordaban
que durante algunos bombardeos ellos durmieron en el bar El Metro convertido en
refugio).
Un año después tras caer la Villa
en poder de los sublevados y en las fiestas de San Roque de aquel año de 1937,
una manifestación llegó hasta el centro para entronizar el crucifijo en las
aulas, colocar la foto de su “caudillo Franco” e izar la verdadera Bandera
Nacional. El estado del edificio era deplorable, con tabiques
y cristales rotos, por los batallones que lo ocuparon y la onda expansiva de
las bombas, pero tras los arreglos pertinentes en las Navidades de 1937 estaba
funcionando.
El profesorado que quedaba en la Villa se
había reducido porque bastantes habían ido a sus pueblos de origen a pasar las
vacaciones de verano y no volvieron ya que estaban en la zona rebelde y además
se produjeron depuraciones como fueron los maestros Buenaventura Merino Ortega,
Segundo Rollan Bellido, y las maestras María Frutos Galán y Teresa Lucarini.
Esta última que había ejercido antes en Villa Nueva en Repelega acompañó a los niños evacuados en Francia con su hija Marina Labayru, de 4
años de edad. Al regreso en 1940 fue sancionada con la separación definitiva
del servicio y baja en el escalafón con la acusación de ser comunista y no
llevar medias en la escuela.
Las clases se reestablecieron en 1938 y el nuevo
régimen confirmó en su cargo, habilitándoles para la enseñanza, a Mateo
Hernández, que además sería director, y María
Esperanza Vicente Manzano, como directora, además de otros como Tomás Álamo Martin, o las maestras Paz
María Pérez Soto, Milagros Reyes Menchaca, María del Camino Ruiz Rivero.
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