Nuestro buen amigo Luis Bastida Rovira
es quien nos ofrece sus recuerdos de niñez, que nos reflejan una imagen
encantadora del día de mercado en nuestro pueblo. Recuerda a su grupo de amigos
y a él, cuando eran niños, allá por 1952, que todos los veranos hasta 1960 los
jueves y sábados a eso de las nueve de la mañana corrían a buscar a las
aldeanas que por el Muelle Nuevo venían de la margen derecha con sus burros y
los cestos para vender sus productos en la Plaza del Solar.
Entonces las aldeanas dejaban en manos
de la chavalería los burros y burras, y los niños muy solícitos y alegres los
llevaban hasta muy cerca del apeadero de La Canilla, más exactamente junto a
las escaleras que aún hoy suben a la calle Sotera de la Mier, donde se había
dispuesto un cable de acero extendido entre argollas.
Entonces pasaban los animales a un
guardián que se encargaba de atarlos a dicho cable, separándolos por sexos (a
un lado los burros y al otro las burras) y vigilarlos. Poco tiempo después
pasaron a atar los burros un tramo antes, cerca del pequeño edificio de la
Comandancia de Marina, y junto a la garita de guardia que recoge la fotografía
superior, donde hoy hay un parque infantil junto a las vías del tren, mediante
el mismo sistema del cable de acero entre argollas, estas incrustadas en la
tapia que separaba las vías del tren del paseo.
Cuando a eso de las doce y media del
mediodía las aldeanas ya habían vendido sus productos, la misma cuadrilla de
niños iban donde ellas y las buenas mujeres les daban 2 o 3 reales, y de vez en
cuando alguna fruta. Aparte de ese dinero los niños le daban al que vigilaba
los burros, (dinero también entregado por las aldeanas), una peseta o una
peseta con cincuenta céntimos por su servicio de vigilancia; con lo que la
chavalería se quedaba con una pequeña cantidad de dinero, y se iban tan
contentos a casa.
Aitor González Gato
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