jueves, 13 de abril de 2017

RELATOS DE FIN DE SEMANA: RECUERDOS FUERA DEL BAÚL…



Días atrás, os decía que mi residencia aquí ya va para los cuarenta años. Eso, será en mayo, y, por más que lo intento siempre que digo "vamos a casa", o “me voy a casa”, me refiero a que vuelvo a Portu.
Algo hay en mi cerebro, que no actualiza la vivencia. Bueno, qué le voy a hacer, eso tiene como ventaja que, compensando la distancia, debo guardar muchos recuerdos. Y vete a saber si éstos son la causa de la falta de restauración neuronal.
Sí, echo de menos muchas personas y experiencias de Portugalete. Por ejemplo la leche que repartía Petra, en invierno, en la escuela de Zubeldia, usando una cafetera de aluminio muy grande. Su aroma era extraño para quienes teníamos ganado en la familia y lo arreglábamos con un sobre de TODDY, un sucedáneo del COLA-CAO, más asequible en precio, que se ha perdido del mercado español de polvos a base de cacao.
Pero no añoro, por ejemplo, una clase de escuela bajo la vara de Don Eufronio Vidal, en la que estoy sentado entre Toño Amo, con quien mantengo vínculos, y Jose Manuel Bustín, a quien saludé este pasado verano, tras muchos años sin encuentro.
No echo de menos los cantos ni los saludos y desfiles ante la exposición de la heráldica imperante en la cabecera del pasillo principal del piso superior y no hablaré más de ello. Sí que me referiré al canto  “Venid y vamos todos con flores a…”, dedicado a la Virgen María, entonado cada año, cada tarde de su mes, mayo, el de las flores. Una más de las forzadas costumbres que la Iglesia impuso tras la “cruzada”.
Oigo el sonido del silencio en la noche portugaluja, que no era tal, sino que los ruidos en las fábricas estaban tan atenuados por la distancia, que no molestaban al durmiente. Esa situación cesaba con el aullido producido por los cuernos de aire que avisaban de los inicios de jornada y turno. Recuerdo que los mayores conocían sus tonos, sabían a qué hora correspondía cada uno de ellos, y procedían a despabilarse para acudir a la respectiva tarea.
En el otro lado, el del sigilo, recuerdo los mudos resplandores rojizos que reflejaban las nubes nocturnas en el momento del sangrado de las coladas de arrabio desde los hornos altos a los convertidores y de éstos a las cucharas.
Y me falta el espacio vacío en las calles, cuando eran nuestras, de nosotros, de los niños, de los de El Ojillo y de los de otras calles, la suya. En esa época, un coche era un acontecimiento y lo más grande que se veía era un SEAT 1400, de los que tenían redondeces en los ángulos y portaban cubiertas con una banda blanca lateral.
Esos, casi siempre, eran taxis – aunque uno de los taxistas de Portu portaba un vehículo, siempre extranjero y muy vistoso, que se llevaba las miradas de los varones que pasaban a su lado -, pero también algún camión o autobús, en nuestro caso, los de las gaseosas BERRIATÚA y SIRIMIRI, el de FRUTAS MIÑON o el autobús de ENCARTACIONES a Gallarta.
En esas calles libres, nuestras, jugábamos al fútbol, corríamos, y, si había pared suficiente, caso de la Clínica Sabin, hacíamos juegos de frontón.
No usé el tranvía de la línea a Bilbao y Santurce, el servicio fue retirado en el 59, creo. Pero mi falta de recuerdo me ha permitido disfrutar como un niño, pasados los cuarenta, en el tranvía de Gante, en los de Berlín y Ámsterdam, Praga, Budapest, Estocolmo, Varsovia, Wroclaw, Cracovia, Helsinki, Viena, Innsbruck, Lisboa, Leipzig, Bruselas,… y en el de Roma. Ahora, en Barcelona y Bilbao, también hay tranvía, pero… ya no es lo mismo.
Recuerdo mucho la pista de ceniza del estadio de San Roque, dedicado a los Hnos Ibarra, que no sé quiénes fueron, pero sé que no eran de Portugalete. Ahí se cultivaba conocimiento, cortesía y se cocía la afición. Ahí mismo pude ver (allá por 1960/61… creo) a Miguel de la Quadra Salcedo, lanzando la jabalina estilo “barra vasca”, a Ignacio Sola, saltando con la pértiga al foso de arena, y a otros.
Añoro los baños de agua salada en las aguas de la ría, desde la rampa del dique, por donde, cada año, sacábamos el ALIMAR, un bote de remos, propiedad de mi padre, para limpiar fondos y pintar. Para entonces, años 64, 65,… la ría resultaba “sucia” y perdió atractivo como lugar de asueto. Menos mal que llegó la primera piscina municipal. Y ahora, cuando la ría está más limpia que entonces, no parece ya el lugar más indicado para darnos un baño.
No olvido nuestras entradas en las “novenas” de la capilla de las Siervas de Maria, con nuestros seis/siete años, donde nada entendíamos, aparte del susurro devoto de las señoras que asistían en serio. Ahí aprendí el “Tantum ergo sacramentum…” que las monjas entonaban. No lo he olvidado. Nosotros, o sea Manu, Mikel, Mariceles, Julio, Josi, Ali, Iñaki,… nos conformábamos con que nos dejaran estar, sin interferir ni molestar a Don Andrés durante sus oficios, para que no nos echaran a la calle.

Sigo mañana recordando a las personas.

MARTINTXU


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