Esta aventura de nuestro joven piloto portugalujo, nos la recuerda Karla Llanos al enviarnos la nota que sobre la misma escribió Pablo de Alzola en el Irurac bat.
Embarcado de nuevo Julián de Salazar en la barca “Conquistador” en Denia, pasaron Gibraltar en dirección a Canarias y tras bordear el tormentoso cabo de Buena Esperanza no les faltaron alarmas ni sobresaltos desde la entrada en el Océano Indico hasta los canales de Mozambique. Y cuando consideraban vencidas las mayores penalidades de tan largo viaje una columna de negro y espeso humo que procedía de la bodega por popa hizo cundir el pánico entre los marineros ante el grito de “Fuego a bordo”.
Se había declarado el fuego en la carga de garrafones de aguardiente estivados con paja y ante su situación en medio de una mar agitada, en aquella estación invernal y lejos de la costa, el capitán desechó la idea de embarcarse en los botes y esperar el paso de alguna nave por aquellas solitarias aguas.
Fueron días de zozobra, incesante trabajo echando baldes de agua de mar por los agujeros practicados al efecto, faltando los víveres ante la imposibilidad de bajar a los pañoles, y carencia de agua potable que se había mezclado con la salada.
Al tercer día apareció una barca inglesa a la que se le pidió socorro con repique de campanas y el telégrafo de banderas, costando convencer al capitán inglés para que decidiera recoger a los náufragos.
Al final, un poco antes de que el Conquistador se hundiera, el inglés accedió con un all riggth a subirles a bordo.
Desembarcados en tierra emprendieron un penoso viaje a remo en un frágil bote para Batabia, la capital de las Indias neerlandesas, con muy pocos víveres, teniendo la fortuna de ser recogidos por una fragata holandesa mandada por un joven capitán.
Desde Batabia se trasladaron por Singapur a Hong-Kong y desde aquí en un buque de guerra a Manila para embarcarse con destino a Cádiz en la fragata Reina de los Ángeles de 2.000 toneladas.
Desde allí, tomando Julián el mando de aquella fragata, emprendió el regreso a casa teniendo que capear un duro temporal en la costa cantábrica y lanzarse de noche y sin práctico a la arriesgada maniobra de tomar la concha de Guetaria. Tenía entonces 21 años.
Fue su última navegación a vela antes de pasar de navegar en trasatlánticos a vapor
Aquellos jóvenes portugalujos como Julián fueron los que dieron el nombre de VILLA MARINERA a Portugalete.
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