martes, 18 de abril de 2023

LOS RECUERDOS DE INFANCIA DE ADOLFO LARRAÑAGA: EN EL DIQUE.

  


Cuando llegaba el verano solíamos ir al Dique a bañarnos y allí aprendíamos a nadar.

Recuerdo que a mí me enseñaron tirando como a un pelele, desde el pretil, amarrado a la cintura de un balandro quilla al sol y cuando salí a flote, no emocionado, sino aterrado, me arrastraron como a un tollino y me sacaron a tierra, mudo y pálido dispuesto a dejarme ahogar, antes que volver a repetir la suerte. 

Solían venir a la dársena barcos ingleses que, al pasar por el Dique, echaban monedas forradas en un papel.  

Todos nos zambullíamos como pitorros y unos sacaban piedras, otros barro y el feliz mortal la perra ansiada en la boca. 

Había uno que tenía tanta resistencia, tal capacidad funcional respiratoria, que un día, pasando el Marqués de Mudela por el canal, se lanzó desde un bote, se hundió en el agua, buceó, pasó por debajo de la quilla del vapor al otro lado no obstante marchar éste a relativa velocidad, sin temor al reful de la hélice, que, como un pulpo, succiona y mata.

En ese intervalo, tan victorioso como romántico y deportista, a ese gran nadador le dieron galleta… en la camisa, que olía, y no a ámbar.

Alguna venganza de un rival envidioso de su honor.

Pero para nosotros fue un símbolo; le mirábamos como a un héroe nacional, y cuando el pasaba a nuestro lado sentíamos la emulación simpática del que es digno de ser retribuido por su hazaña. 

La alternativa nos la daban en pleamar, a diez brazas de profundidad, fuera de la vigilancia personal del juez que desde el costado del bote esperaba, reloj en mano, apreciar el tiempo que estábamos en el agua. 

Luego el espaldarazo, el cigarrillo y unos cacahuetes, mientras tiritábamos sonrientes.

Yo aprendí a nadar porque leí un día un cuento titulado “Aquí se ahogó Benito” y fue tal la emoción que me produjo, que lloré sin poderme contener.

El maestro me preguntó asombrado

¿Por qué lloras?

Porque no se hubiera ahogado si hubiera aprendido a nadar.

Y era que recordaba cómo se ahogó un amiguito mío.

ADOLFO DE LARRAÑAGA (1933)

 

 

 

1 comentario:

  1. Creo que era casi "ley" que todos los portugalujos, cuando hemos sido niños, nos hemos dado un chapuzón en el dique. En mi caso, obviamente no en el que muestra la foto, sino en el Puerto Viejo, en la rampa de hormigón que hoy supongo estará oculta bajo la actual rampa adyacente al Museo Rialia. Algún baño me dí con mi hermano allá por 1982, cuando bañarse en una ría tan sucia era, o bien una proeza, o cuestión de ignorancia. En fin, bañarse en nuestros queridos muelles, es como el "bautizo" de todo portugalujo.

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