viernes, 27 de abril de 2018

RELATOS DEL FIN DE SEMANA: CORRERÍAS Y EXCURSIONES INFANTILES (1)






Ante este largo fin de semana con el puente del primero de mayo, Martintxu nos sigue deleitando con sus recuerdos infantiles que lo complementamos recurriendo al archivo fotográfico de Edu Benito, con la foto del Alto de La pastora y un grupo de chavales del Ojillo en los bajos del Hotel junto al establecimiento de bicis de Santos en esta primera parte que continuará mañana:



En mi anterior entrada para compartir, mencioné los castigos musicales sabatinos del Hno José Carlos, del Colegio Santa María, y su afición a la música y la ópera clásicas. Bien, de él aprendí a escuchar, entre otros, a Bach, pero no es fácil compañía para acompañar el estudio ó la llegada de recuerdos, por lo que, antes de seguir, he apagado su música.

He repasado mis notas, en papel ¿eh?, nada de móvil. ¿Sabéis?, los antiguos, aprendimos a escribir sobre papel. Luego, algunos pasamos al teclado.

Años después, por motivación laboral, principalmente, tomé la costumbre de llevar siempre encima una libreta de bolsillo para apuntar asuntos a no olvidar.

Ya jubilado, sigo igual. La libretilla viene muy bien para casos así. Ahí dejé recuerdo de ésta intención: escribir sobre nuestras/mis excursiones desde El Ojillo.

En torno a 1961, éramos: Ukillo(+), Mikel -su hermano- ,Iñaki T., Julio Ch., Julián, Manu, Javi A., Lean, Javi B.,... No penséis que fuéramos aventureros al estilo libro de "los cinco", no, lo nuestro era más bien "turístico": conocer.

Proveníamos de familias humildes donde, a veces, el padre traía un "billete verde". Del reparto de ese billete de mil, por esas fechas, yo recibía dos pesetas de paga semanal.

Ya veis: daba para poco y esa escasez, lo recordaréis, la compensábamos con artesanía manual. Así, nos hacíamos los tiragomas, con horquillas de ramas de pino (era lo que más a mano teníamos); los chiflos, con güitos de albérchigo; la cerbatana, con la caña de un boli bic y arroz; la pelota de frontón, con una piedra redonda, lana sobrante de casa y esparadrapo; los hinques, con varillas de ferralla, recortes sobrantes de las obras; las pistolas de güito de aceituna, con pinzas de madera; la navaja de cortar fruta con un palo abierto y una cuchilla de afeitar; con los prensas de los tensores de los postes, redondeábamos trozos de cristal para poner en las chapas, sobre la foto del ciclista; con cerillas guardadas y escondidas, hacíamos fogatas para asar patatas,... ¡¡hummmm, qué aroma!!. Y así todo. 

Lo de las bicis vino más tarde y eran de alquiler. Para entonces empezaba a despuntarnos el bigote y el vello en las corvas. El establecimiento se encontraba debajo del antiguo hotel. Allí, se recogían y se retornaban. No recuerdo el nombre de la tienda-taller.

Perdón, vuelvo atrás. Iba a comentar las pequeñas salidas que, a veces, a escondidas, solíamos hacer lejos de nuestra calle. Una de ellas, especialmente recordada por mi culo, fue que subimos al monte de piedras y llegamos hasta las casas de El Progreso. Era un medio desconocido, unas viviendas bonitas, de dos pisos,... Lo pasamos bien, pero no oímos los gritos de llamada de mi madre, no. Y la llegada a casa, dio lugar a un viraje al rojo en el color en mis asentaderas.

La subida, liderados por Miguel, que era algo mayor que nosotros y vivía en el número 12 -frente a la tienda de Celes-, la hicimos salmodiando aquello de "Cagalera fue al cuartel - y le dijo al Coronel - que pintase la bandera de color de cagalera - fue al cuartel - y le dijo al Coronel - que ...".

Hubo otras experiencias. No sé si contar la Campa del Gordo como una excursión, la teníamos bien cerca. Lo que alguna vez sí hicimos, fue llegar un poco más lejos y subir hasta el Alto de la Pastora y pasar al huerto de Martin, para recoger algo de fruta -una pieza por niño y con mucho cuidado para no romper nada, ni pisar los cultivos-.

Os podrá parecer un abuso, pero en esos años mozos, creo no haber entrado allí en más de seis ocasiones. Seguro que mi abuela Martina, junto con Teodora y Martin se ríen leyendo esto último.

Martin preguntó en una ocasión, sobre si habíamos asaltado la higuera, que la notaba sin fruto y los había visto ya hinchados. Le pude asegurar, y era verdad, que nosotros no habíamos sido.

Lo que me dio que pensar fue eso, que me lo preguntó, y si lo hizo, es porque sabía que a veces le retirábamos la fruta más madura. Es que si no, no podíamos comerla por falta de herramienta adecuada. Lo que nunca hicimos fue quitarle una patata para asarla y merendar.


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