lunes, 9 de abril de 2018

JOSE ZALDUA ALZOLA (1884-1972).




El periódico enportugalete.com dedica este mes la ficha de portugalujos a la figura del doctor Zaldúa, que además mantener un recuerdo imborrable en la Villa, tiene una calle dedicada a su persona.
Además del artículo glosando su figura de Roberto Hernández Gallejones en la Biblioteca Digital, aprovechamos esta ocasión para recoger las líneas que nos escribió su hijo, también médico, José Mª Zaldúa Alberdi, ya hace unos años:



Natural de Zumárraga, aunque circunstancialmente nacido en La Habana el 24 de febrero de 1884, vivió ya desde los primeros meses de su vida en Zumárraga. Estudió Bachiller en el Colegio de los Padres Dominicos de Vergara y la carrera de medicina en la Universidad de Valladolid, doctorándose en Madrid en 1909.

Muy estudioso y hombre de gran constancia y tenacidad, obtuvo por oposición la plaza de alumno interno de Anatomia y, más adelante la de Partos y Ginecología. Este trabajo le obligaba a permanecer días y noches en el Hospital Clínico en continua convivencia, no sólo con los enfermos, sino con los compañeros de sala de más antigüedad y trato más cercano con sus profesores.

De ahí que, al terminar la carrera, no sólo había adquirido una gran práctica médica -esa que no viene en los libros-, sino además una profunda identificación con el Hospital.

Vaya sólo como anécdota que en las 30 asignaturas de la carrera y las del doctorado, obtuvo la calificaci6n de sobresaliente con Matrícula de Honor, excepto en una (en la que el profesor era un hueso) que le dieron aprobado. Aquel año el profesor en un acto de generosidad dio aprobado general sin ninguna distinción.

Consideraba el Hospital como algo básico en el ejercicio de la profesión, fundamentalmente en su aspecto benéfico y asistencial, y aprovechando su experiencia de vida hospitalaria, consiguió hacer del Santo Hospital Asilo de San Juan Bautista de Portugalete, un gran Hospital: una parte era la Residencia de ancianos que hoy llamaríamos Residencia asistida y, otra, Hospital Clínico, sala de hombres y sala de mujeres, donde ingresaban los enfermos benéficos cuya curación no era posible en su domicilio.

Independizado del bloque general, construyó otro pabellón para enfermos infecciosos y otro independiente para el lavado y planchado de ropa.

Consciente también de la deficiente asignación económica a los hospitales, tenía una magnifica huerta en la que trabajaban los asilados ocupando su tiempo libre (laborterapia), gallinero, una conejera y una vaquería de la que se encargaban asimismo los asilados. Esto permitía si no en su totalidad, un importante autoabastecimiento de la despensa. No faltaba un magnífico quirófano donde, no solamente se hacia la cirugía menor, sino en aquella época intervenciones de importancia tales como: hernias, apendicitis, amputaciones, cánceres de mama. etc. Disponían de muy buena luz, excelentes aparatos de esterilización y buen instrumental.

Diariamente a las 8 de la mañana pasaba visita con el practicante Ricardo Adán y las religiosas encargadas de las Salas respectivas. Esta dedicación hospitalaria la compartía en meses alternos con el Dr. Gurruchaga. Ambos, y con mucha razón, estaban muy orgullosos de su Hospital, modélico, no solamente entonces, sino hoy, como Residencia asistida.

En su quehacer diario, pasada la visita al hospital, visitaba a domicilio a todos los enfermos de beneficencia que para él era su obligación prioritaria. Después de ello hacia el resto de sus visitas y pasaba consulta en su casa donde no discriminó nunca el enfermo benéfico del no benéfico.

El 14 de agosto del año 54 se le rindió un sencillo homenaje en el Ayuntamiento, donde en un pleno extraordinario tres días antes, le declararon Hijo adoptivo de Portugalete. En marzo del 55 en “su hospital” y en una calurosa ceremonia le entregaron un cariñoso y afectivo diploma como reconocimiento a su labor profesional. El 2 de septiembre del 60, a petición del Colegio de Médicos de Vizcaya, el Consejo General del Colegio de Médicos de Madrid, inscribió su nombre como Ilustrísimo Señor en el cuadro de Honor de los médicos españoles y el 19 de enero del 70, el propio consejo general de Colegios Médicos, le otorgó una nueva distinción.

Si cabe destacar algo en su personalidad, fue su gran vocación médica en el amplio sentido de la palabra, no dejando de acudir jamás a una llamada, fuera la hora que fuese, cansado o no, y el sentido de la responsabilidad por su cargo de medico titular e Inspector Municipal de Sanidad, dando siempre carácter prioritario al enfermo benéfico. El interés por el diagnostico de sus enfermos era tal, que cuando lo mandaba operar iba siempre al quirófano a ver la intervención y más que por la satisfacción de haber hecho un buen diagnóstico, por aprender a interpretar y valorar mejor aquellos síntomas que le habían servido para definirse.

Aparte de ser muy estimado por su buen hacer y nivel científico, el dominio del euskera e inglés fue muy útil para entenderse con la colonia británica y los vascoparlantes.

Si es cierto que siempre detrás de un gran hombre hay una gran mujer, este caso no es una excepción. Ella, además de madre y esposa, era su secretaria, enfermera y colaboradora profesional. Le ayudaba a realizar las curas en que hacía falta una mano más, tener a punto el aparato de rayos X, revelando las radiografías y, si eran urgentes hasta altas horas de la noche, incluso fabricando las vendas de yeso para que nunca le faltaran en una urgencia traumatológica.


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