Con motivo de una de las epidemias que sufrió nuestra tierra
en el siglo XIX, concretamente la de viruela de 1881, el consistorio getxotarra
con el fin de evitar que dicha
enfermedad saltara la ría, dispuso la presencia de un alguacil en Las Arenas para
evitar “que ninguna persona de la
Villa venga al lado de esta jurisdicción a lavar ropas pasando por la Plazuela”,
aunque
si se les permitiría a las que habitualmente hacían su trabajo en el rio Gobela,
pero asignándoles un punto determinado aguas abajo del río.
Esto no gustó
al consistorio portugalujo que en otra ocasión se había quejado de este tipo de
medidas “sobre la rigurosa
prohibición del paso de personas de esta Villa a dicha Anteiglesia y viceversa,
igualmente de las que van al río Gobela a lavar sus ropas, so pretexto de que
en esta Villa habían algunos casos de viruela.”
O sea que
durante el siglo XIX, como cuenta Karla
Llanos, a quien seguimos en este tema en su blog Memorias de Getxo, era habitual que lavanderas portugalujas pasaran
la ría:
Como había que buscar aguas, a poder ser no
contaminadas por la temida viruela, el desfile de lavanderas tras atravesar la
ría camino del Gobela por la entonces incipiente “Avenida de Maximo Aguirre”,
portando sobre la cabeza los recipientes en los que se transportaban sabanas y
vestimentas, parecía una colorida procesión. Por entonces el río Gobela era un
lugar tranquilo, donde los peces, cangrejos y ranas daban vida a aquel torrente
de aguas cristalinas. La rivera del río era casi recta, de suave pendiente
llena de juncos. En sus herbazales ponían los patos sus huevos. En la zona de
lavaderos existían algunos meandros donde ellas lavaban las ropas.
Por aquellos días era frecuente ver
a mujeres arrodilladas sobre pilas de cemento o sobre la rugosa mezcla de
arcilla y piedra en la que apoyaban sus rodillas. El trabajo de las lavanderas
era duro, había que llevar las ropas hasta el cauce del río, enjuagar la ropa,
enjabonarla, restregarla sobre la tabla, volver a enjuagarla, retorcerla para
escurrirla, extenderla sobre la rivera del río para que se secara, doblarla y
luego estaba el camino de regreso que se hacía especialmente largo con las
pesadas cargas sobre su cabeza. Más tarde había que planchar la carga en casa.
El permanente contacto con las gélidas aguas era especialmente penoso en el
invierno, pero ellas se encargaban de calentar el ambiente con sus distendidas
charlas, creando un ambiente de camaradería entre las lavanderas de Las Arenas,
Santa Eugenia y Portugalete. Todo ese proceso hacía que las labores se
retrasaran hasta bien entrada la tarde, dando juego al intercambio los
sucedidos de ambas poblaciones.
El jabón con el que restregaban las
ropas, estaba compuesto por grasa animal, o bien sosa mezclada con grasa
sobrante de la matanza del cerdo. Sus viejas y raídas ropas a veces eran
blanqueadas con las cenizas del hogar, a las que también solían añadir añil
(una pasta que se elabora macerando los tallos y las hojas de ciertas plantas)
para blanquear la ropa.
En
el Noticiero Bilbaino de 1888, un portugalujo recordaba aquella fila de
lavanderas que iban al Gobela “las muchas por la mañana, y venirse por la
tarde, y otras pasarse la tarde entera con una descarga de ropa; ya los
corrillos y colas de las fuentes” que formaban una “interminable fila de
cacharros de todas formas, clases, géneros y edades, que eran un baldón para el
ayuntamiento portugalujo”.
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