martes, 16 de abril de 2019

EL CONTRABANDO EN LA HISTORIA JARRILLERA




Cómo es lógico en cualquier zona portuaria, el contrabando ha formado parte de la historia social de la Villa. El caso que tomamos como ejemplo ocurrió el 9 de noviembre de 1845 y que acabaría en juicio, nos lo cuenta Roberto Hernández Gallejones en uno de sus numerosos artículos sobre la vida jarrillera en siglos pasados.

Ceferino de Urizar había ido hacia las 5 de la tarde en la lancha en compañía del celador de arbitrios y del médico municipal a la goleta “Sotera”, perteneciente a “Mier, Ybarra y Compañía”, que se hallaba anclada en la Ría a realizar los trámites habituales de aduana. Al finalizar los mismos el capitán de dicha goleta Tomás Antonio de Goitia, que era vecino suyo, le pidió que le llevase a su casa bajo la capa un “fardito”, lo que aceptó siempre que no fuera cosa de contrabando ya que “era un empleado y como tal no quería comprometerse”. Goitia le dijo que no se preocupase pues aunque fuera contrabando, “por tener amistad con el sargento del resguardo”, no le cobraría nada por pasarlo.

Tras saltar a tierra los dos y el celador, les dio alto el sargento del resguardo, y “preguntando qué era lo que contenía el fardo que llevaba”, Goitia respondió que era de su propiedad, y que no llevaba en su interior nada más que 8 ó 10 vestidos para su esposa y sus cuñadas, lo que no sirvió para que el paquete quedara decomisado en su caseta. Como el asunto se empezó a poner serio, Goitia, intentó sobornar al guardia con 24 duros y que no llegase a oídos de los dueños del barco, sin conseguirlo, pues se informó al alcalde que envió al alguacil quien incoó correspondiente expediente.

De resultas de ello Ceferino fue condenado a 701 reales de multa lo que le llevó a demandar a Goitia por sentirse engañado, considerando que había actuado de forma desaprensiva y con mala fe, reclamándole además daños y perjuicios.

El expediente tras llegar a Burgos acabó ante el juez de paz, en aquella época el alcalde, quien les amonestó, ordenando que Goitia le pagase a Urízar 500 reales y medio, a lo que este último se negó dando por finalizado el acto. Con posterioridad, tras ciertos tiras y aflojas se convino en que Goitia le pagase a Urízar 320 reales, sin que este último pudiese argumentar más derecho para otra reclamación, dejando constancia por escrito de todo el litigio, firmando la totalidad de las personas intervinientes en dicho juicio. 


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