Con esta vista de Portugalete, hacia 1940, con los
destrozos de la guerra todavía evidentes, como el puente Colgante, la casa de
la Caja de Ahorros en la Plaza en construcción, el “ferry” de gabarras para
cruzar la ría al fondo o la calle Abaro, desde 1938 bautizada como José Antonio
Primo de Rivera, en primer plano, encabezamos esta entrada sobre un tema propio
del mundo católico, que en la actualidad, en una sociedad minoritariamente
religiosa y tan secularizada, es totalmente desconocido para muchos, como es la
cuaresma.
Tasio Munárriz nos lo recuerda,
ahora que han quedado atrás las fiestas de Carnaval que precedían a esta época
austera para los católicos:
Debido a que la Iglesia prohibía a todos los católicos del
mundo comer carne todos los viernes del año como un sacrificio y una penitencia
pero lo permitía a los católicos españoles si compraban la bula de la Santa
Cruzada, muchas familias la adquirían en la parroquia y en las capillas. Así
podían comer carne los viernes de todo el año menos en Cuaresma. Esta costumbre
era denominada “vigilia”. Los habitantes de la costa comían pescado fresco, que
era caro, pero el que no podía pagarlo o vivía en el interior tenía que
conformarse con bacalao, como el de Eguino.
El “menú de vigilia” que ofrecían los restaurantes se
basaba también en el pescado. José María Salgado contaba que, acompañado por
Angel Suárez, iba por los bares “aconsejando” a sus propietarios que retirasen
de la barra los pinchos de jamón que ofrecían esos viernes. Puri, la del bar El
Metro, escondía el jamón y el chorizo y, si algún cliente pedía uno de esos
pinchos, les respondía: “No sé
qué ha pasado. Esta noche los han robado unos ladrones”.
El precio de la bula, a partir de una
peseta, dependía de los ingresos económicos de cada familia. Los más pudientes pagaban
más, hasta 25 pesetas y los pobres nada. Con bula o sin bula, la
abstinencia de
carne los viernes de cuaresma se extendía también al miércoles de ceniza y al
viernes santo. En estos dos días se imponía, además, el ayuno, que consistía en
alimentarse con solo una comida fuerte en la jornada.
Los católicos que no cumplían estas normas cometían pecado
mortal y tenían que cumplir la penitencia correspondiente, que solía ser
comprar la bula. No era una limosna voluntaria sino un pago obligatorio para
mantener el culto y clero. En concreto, en el extracto de las cuentas de 1940
del Hospital-Asilo figuran 100 pesetas como limosna de las bulas de la Santa
Cruzada, dinero que fue a las manos del capellán.
Había también “la bula de difuntos”. Se compraba en la
parroquia y se introducía en el féretro antes de ser enterrado. La finalidad de
este rito era conseguir la Indulgencia plenaria, el perdón de Dios para los
pecados cometidos por el fallecido y así pasar menos tiempo en el purgatorio.
Yo no la he conocido pero las personas mayores me afirman que se utilizaba en
la villa. Estas bulas desaparecieron en 1966, después del Concilio Vaticano II.
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Bajo estas líneas una foto de numerosos portugalujos,
algunos muy conocidos, en aquellos años de posguerra, en lo que en el mundo
católico se sigue denominando "ejercicios espirituales".
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